Cuando leí el tercer anuncio consecutivo, me pareció que se había desatado una epidemia. Este síndrome se propaga por internet, a diferencia de la gripe que también causa estragos estos días. Tres amigos virtuales comunicaban esta primera semana de enero a través de sus redes sociales la intención de desaparecer del mundo digital, al menos como participantes activos. Y así lo han hecho, determinando un plazo breve para la desconexión, durante el cual se les han acumulado los mensajes de despedida acompañados de alguna petición de reconsiderar una decisión que ya estaba tomada. Finalizada la cuenta atrás, el perfil de cada uno de ellos implosionaba sin dejar el más leve rastro. Siguen el ejemplo de otros que ya se marcharon el año anterior.

Creo que ninguno de ellos se conocía entre sí, por lo que hay que descartar una decisión consensuada. Afirman que, entre sus propósitos para el año entrante, está el de no perder el tiempo en aquel mundo irreal y preferir las relaciones en este mundo de acá, el verdadero. Claro que nos privan a quienes nos quedamos de sus opiniones ponderadas. Porque quienes han cortado amarras se caracterizaban por sus ideas bien fundadas y mejor elaboradas; propias e independientes, que no neutrales o equidistantes.

Las redes sociales se han convertido en un territorio hostil en los últimos tiempos, es comprensible que haya quien no se sienta cómodo y opte por marcharse. La pena es que así solamente quedarán al final quienes más vociferan y menos escuchan -leen-. Quienes habíamos elegido seguir a los ya ausentes por una cierta afinidad intelectual con ellos estamos tristes, ya que no vamos a encontrarles en ninguna barra de bar real para conversar amigablemente de lo divino y lo humano. Volved.