Hoy es Blue Monday, y ha demostrado su condición triste cuando ha hecho coincidir en cercana muerte a dos glorias de las letras, aunque en campos distintos. Ayer hablábamos de Pablo, hoy lamentamos la pérdida de Antonio Garrido, filólogo sobre todo. Antonio siempre combinó muchas cuadraturas de círculos; para él los días fueron muy cortos en horas. Cofrade de la Esperanza por herencia sentimental paterna, concejal de Cultura de Málaga, parlamentario andaluz por el PP, articulista cuando se lo permitieron las circunstancias de tan azarosa existencia. Se podría estar de acuerdo con sus ideas o no, pero nadie le podrá negar nunca una capacidad de trabajo brutal, además de saber estar en política, de la que le gustaba recordar que consistía en el arte de lo imposible. Su paso por el Ayuntamiento dejó una Málaga mucho más civilizada. Pero el Antonio de la intimidad presentaba su pasión por la docencia y el estudio literario como las piezas más valiosas del currículum. Junto a Francisco Ruiz Noguera, quizás de las pocas amistades desinteresadas que Antonio haya disfrutado, cursó Magisterio y alcanzó la plaza por acceso directo en Canillas de Aceituno. Luego, llegaron la licenciatura y doctorado en la Facultad de Letras en Málaga y las oposiciones a agregaduría y a cátedra de enseñanzas medias, cuando aquellas consistían en unos exámenes que abrumaban por su extensión e, incluso, su plaza como profesor titular en la Universidad de Sevilla, previa a la de Málaga. A partir de su ingreso como estudiante de Filología, cultivó la amistad de su sabio profesor García Berrio y quedó prendado por el estudio de la crítica y la teoría de la literatura, la parcela en la que más cómodo se sentía y en la que nos lega una obra más que notable. Mi padre me aleccionaba con su vida desde adolescente: «Antoñito es muy listo y muy trabajador». Y yo que fui su alumno y me doctoré mediante sus directrices, así lo respeté los años en que coincidimos en la facultad. Antonio parecía una centella que cruzaba el patio de San Agustín o las galerías de Teatinos, un revuelo de poema de Alberti; tras sus clases, tenía que ir al Curso para Extranjeros, a charlas con alumnos del Dickinson College, o a una lectura de su propia obra poética y, después, hacia la cofradía.Una persona que habrá llegado tarde a la cita con su muerte quien, sin duda, lo habrá tenido que perseguir a través de una agenda con dobladillos de montaña rusa. Descanse en paz un malagueño de Pozos Dulces incansable, a quienes sus alumnos recordarán con cariño. Descansa en paz, Antonio.