Cuando me dieron la posibilidad de escribir cada lunes una columna y poder expresar temas que me parecieran interesantes, relacionados con el mundo deporte o con experiencias propias, no pensé que iba a tener tanta libertad para transmitir con palabras lo que vivo con tanto sentimiento. El deporte es mi vida. Junto con mi familia. Ambas partes han sido fundamentales para formarme como persona y adquirir los valores que hoy día, orgullosa, puedo decir que me definen. Permítanme que hoy quiera rendir homenaje a esa pieza que ha completado el puzzle de mi vida, mi abuelo. Hoy día 16, hará 7 años que se fue. Mi «iaio», como yo le llamaba, era un hombre de pueblo, apenas rozando los 500 habitantes si llega. No tenía afición por el deporte, su hijo, es decir mi padre, practicó todo lo habido y por haber. Desde voleibol, fútbol sala, frontón a cualquier deporte típico de la zona de Aragón. Pero él era un hombre que se dedicó a trabajar desde bien pequeño. Sobrevivió a la complicada Guerra Civil, se refugió en una casa en la que conoció a la que más tarde fue su futura mujer, y llegó a completar alguna que otra jornada de 24 horas seguidas trabajando en las vías del tren.

Con los años sus pasiones fueron variando. Pasando a ser sus terrenos donde plantó tanto almendros, cerezos y olivos, como los animales que tenía, casi su mayor prioridad. El deporte apenas lo tocaba pero si algo aprendió de él, es que daba igual en el equipo en el que su nieta jugara, él «siempre iba a ser de ese equipo» e iba a sentir los colores como el que más.

¿A qué voy con esto? A que una vez, en el pueblo, cuando la televisión tenía únicamente la 1 de TVE y la 2, si había algún partido que televisaran en el que pudiera verme, se enganchaba a la pantalla y para él se paraba el mundo.

No he conocido persona más humilde y generosa, y el fútbol tiene eso, que es capaz de darte lo mejor y lo peor. Lo mejor ha sido poder dedicarle, en la final de la Copa de la Reina coincidiendo con el día de su cumpleaños, uno de los goles que nos hicieron ser campeonas y poderle llevar la Copa para que la tocara en persona. Lo peor, el tiempo que el deporte me quitó para poder disfrutar de él. Escogí esa vida, conlleva unos sacrificios, me ha dado más alegrías que decepciones y aún a día de hoy le sigo rezando antes de cada partido, sabiendo que esté donde esté me ayuda y celebra mis goles y mis alegrías como el hincha más fiel que he tenido jamás.