El doctor López de Apellidocompuesto acude cada fin de semana (o viernes o lunes, según diga la Liga) a La Rosaleda. Jamás se ha comprado una camiseta del Málaga: «¡Qué cosa más burda ir vestido de deporte!», se dice para sí cuando llega a los alrededores del templo de Martiricos. Le chirría sumamente ver a tanta gente con camiseta blanquiazul, gris, naranja? Él va a La Rosaleda con pantalón de pinza con la raya perfectamente planchada y marcada, camisa clara impoluta, rebeca de ocho con cuatro botones y en estos días de duro invierno, usa una trenka que su mujer le regaló, hace veinte años, cuando cumplió los cuarenta.

El doctor López de Apellidocompuesto tiene su abono junto al palco, en Tribuna bien centrada. Allí, cada día de partido, asoma la cabeza y saluda a los políticos de turno: «Hombre, Paco, qué alegría verte»; «Elías, chato, ¿qué tal?».Los hijos y nietos de la mayoría de esos hombres han pasado por su consulta de pediatría.

El Málaga juega contra el Elche y los jugadores del equipo alicantino pasan más tiempo en el suelo fingiendo lesiones que jugando al balón. El doctor está acostumbrado a demostrar su absoluta elegancia y su pulquérrima educación de colegio de pago. Se queja con la cabeza y hace aspavientos con las manos. No puede más. El pediatra revienta y empieza a mentar a Dios en todas sus personas con exabruptos que él mismo tacharía de intolerables. El reputado médico acaba con un sentencioso : «¡Hombre, ya está bien de reírse de nosotros!». Para el doctor López de Apellidocompuesto ir a La Rosaleda supone una válvula de escape; pasar su carnet por los tornos le convierte en Mr. Hyde. El campo le permite vomitar sus miserias. Nadie le reprocha nada al partido siguiente. El doctor es más persona sentado en La Rosaleda.