A menudo sucede que las quejas del ciudadano de a pie con respecto a la clase política van dirigidas a la mala gestión de los recursos gubernamentales, regionales o municipales, según sea el caso. En qué se gastan el dinero, para entendernos. Una reclamación lógica, sin duda, a tenor de los niveles de corrupción y la cantidad de mangantes o inútiles que ocupan despachos desde el Ayuntamiento más humilde hasta el más lustroso ministerio o consejería. Que si para qué tantos coches oficiales. Que por qué estamos pagándole a los diputados del Congreso pisos en Madrid. Que quién le está pagando a Carles Puigdemont las vacaciones que se está pegando en Bruselas, y tantas y tantas preguntas por el estilo. Pero hay ocasiones en las que las inversiones de la administración no es que respondan a una demanda vecinal o que vayan dirigidas a prestar un servicio ciudadano, sino que emanan, con perdón, directamente de la responsabilidad de los vecinos. Esta semana, el Ayuntamiento de Málaga ha puesto en marcha un sistema para detectar a los dueños de aquellos animales que hagan sus deposiciones en la vía pública y no sean recogidas. Permítanme que cite a mi compañero Alfonso Vázquez a la hora de hablar de las mencionadas cacas -hay que hablar de mierdas perrunas (lo de «excrementos» y «deposiciones» a uno le suena hasta feo), escribía ayer en su crónica- para hablar claro, a pesar de lo oscuro del asunto. El CSI canino que ha sido puesto en marcha por el consistorio malagueño es el último paso de una estrategia, aprobada por todos los grupos municipales allá por 2015, que persigue elaborar un censo de todos los animales domésticos de la ciudad para, llegado el caso, multar a aquellos que vayan dejando su rastro por las calles de Málaga. Solo hay que darse un paseo por cualquiera de los distritos de la ciudad para comprobar que, aún existiendo parques caninos, las mascotas siguen aliviándose en cualquier acera, alcorque o farola, sin que la persona que está al otro lado de la correa tenga a bien hacer lo que le corresponde. Y no sorprende, cuando los datos municipales dicen que solo una décima parte de los perros de la ciudad han sido inscritos en el censo. Cuando se trata de afirmar que Málaga está sucia, todos a una a culpar al alcalde y a Limasa. Cuando la mierda la tiene que recoger uno mismo, la cosa cambia.