Ya basta de malas noticias. A los que afirman que un pesimista es un optimista bien informado se les puede responder que un optimista es un pesimista que rechaza amargarse la vida y amargársela a los demás. Porque todas las cosas tienen dos caras, como el dios Jano, una triste y otra amable, y yo soy de los que piensan que cuando una puerta se cierra, otra se abre; que no hay mal que por bien no venga; que tampoco hay mal que cien años dure y que lo mejor está por llegar, porque no es cierto que cualquier tiempo pasado fue mejor. Muy al contrario. Piensen en el rey Luis XIV de Francia, que tenía una fístula que no le dejaba vivir o en el primer Rothschild, rodeado de millones, que se murió al no poder atajar una infección ocasionada por un flemón. Con un simple antibiótico habrían sido más felices ambos.

La realidad es que el mundo va a mejor. Sigue habiendo muchos problemas, pero estamos mejor que nunca tanto a escala global como en nuestra propia España. Pensemos por un momento en las guerras, las epidemias y el hambre que han sido plaga de la humanidad durante milenios. En una hambruna a fin del siglo XVII, mientras Luis XIV construía Versalles, una sequía espantosa que duró dos años se llevó por delante al 25% de los franceses que tampoco podían comer los bollos que recomendaba Maria Antonieta un siglo más tarde. Decía tonterías sin pensar y acabó sin cabeza. Es cierto que la gente sigue muriendo de hambre en lugares como el Cuerno de África (Somalia, Sudán, Etiopía...) pero cada vez son menos. Más aún, si antes el problema era comer ahora hay en el mundo 850 millones de personas mal alimentadas y 2.200 millones que tienen sobrepeso. Hoy en día muere más gente por dolencias asociadas al sobrepeso que por hambre. En general, comemos mejor, somos más altos, vivimos más tiempo (España es de los países más longevos del mundo), somos más cultos y más cosmopolitas, más tolerantes... Y como consecuencia millones de personas se incorporan cada año a la clase media y en vez de comer arroz comen filetes de vaca, lo que crea otros problemas. El 25% de los indonesios se consideran hoy clase media y en China la cifra ha subido de cinco millones en 2000 a 225 millones en 17 años.

Si pensamos en enfermedades, las plagas han sido históricamente una maldición para la humanidad. Al margen del Dios implacable de la Biblia, que se las enviaba a los enemigos de Israel, mejor documentada está la epidemia de peste que acabó con un cuarto de la población europea a finales del siglo XIII. En algunos lugares, como Florencia, el porcentaje llegó al 50% de fallecidos y sentó las bases para el triunfo literario de Bocaccio. Los virus que acompañaron la llegada de Cortés a Tenochtitlán acabaron en pocos meses con un tercio de sus habitantes y a cambio los españoles regresaron a Europa con la sífilis que las campañas militares extendieron con rapidez por nuestro continente. Y lo mismo ocurrió cuando el capitán Cook llegó a Hawai, donde la población nativa se redujo de medio millón a menos de cien mil. Y en cambio ahora el sida se ha controlado, al menos para quién puede pagar el tratamiento, y también las epidemias del ébola o el zika. Otras vacunas se resisten más, como la de la malaria y no puedo evitar pensar que habría más dinero para su investigación si afectara a países ricos y no pobres. Y, sin embargo, en un mundo interconectado nada más fácil que la rápida expansión de un virus como el de la mal llamada gripe española (se originó en el medio oeste norteamericano) que mató a más de cincuenta millones de personas en 1918. Una variación del virus de la gripe, otra gripe aviar o porcina podría hoy sembrar el caos por la rapidez con la que se extendería gracias a la globalización y los aviones y la falta de tiempo para producir vacunas con la rapidez necesaria. Es algo que los expertos advierten sin que los políticos les hagan caso.

? E igual pasa con la guerra. Tras las carnicerías de las dos guerras mundiales (unos 70 millones de muertos entre ambas) hoy parece que hemos logrado reaccionar. Cuenta Yuval Noah Harari en su libro Homo Deus que en 2012 fallecieron en todo el mundo 56 millones de personas y solo 620.000 a causa de la violencia humana (120.000 por guerras, 500.000 por el crimen y 7.000 por terrorismo), mientras que hubo 800.000 suicidios y millón y medio murieron por diabetes. Y es que, como dice Harari,»el azúcar es más peligroso hoy que la pólvora». No quiere decir que los arsenales nucleares no puedan provocar un holocausto o que haya desaparecido la violencia en las sociedades humanas, basta mirar a Oriente Medio, sino que adopta otras formas como pueden ser las ciberguerras del futuro.

Insisto, sigue habiendo problemas y riesgos a corto plazo en Corea del Norte, Irán, las ambiciones de Rusia y China, la impredecibilidad de los EE UU de Trump o el mismo populismo que dispara con pólvora del rey. Pero hay que reconocer que estamos mejor que nunca y estos mismos días Davos reconoce que regresa el crecimiento económico global. Ojalá sepamos construir sobre esta realidad para enfrentar con decisión los dos grandes desafíos de la humanidad a medio plazo: el cambio climático y las crecientes desigualdades económicas. Sobre esto me temo que no soy tan optimista.

*Jorge Dezcállar es diplomático