El Gobierno portugués ha declarado la guerra a las grasas, la sal y el azúcar con el fin de imponer la dieta saludable. Una de las medidas consiste en la obligación de que los restaurantes ofrezcan un menú vegano a sus clientes. También se contempla que de no venderse el menú, el restaurante podrá retirarlo. De manera que la oferta vegana durará un par de telediarios, ya que el veganismo no es algo que esté muy extendido en el país vecino. El cerdo, el bacalao y los pescados, en general, sí. La iniciativa es del único diputado en el Parlamento del PAN, Pessoas-Animais-Natureza. Este diputado, André Silva, muy activo, ya se había distinguido en su día por oponerse a la alheira cuando el mismo Parlamento se unió para apoyarla y promocionarla. La típica alheira de Mirandela, en la región de Tras-os-Montes, que lleva como ingredientes carne de cerdo y de aves, pan, aceite, ajo y pimentón, no es que sea el mejor embutido del mundo ni el más refinado, pero encarna como ningún otro la chacinería artesana portuguesa. Digamos que ha sido durante décadas uno de los símbolos gastronómicos de Portugal. Para Silva, vegetariano estricto, la alheira es simplemente una bomba carcinógena.

No seré yo quien defienda las carnes procesadas, la bollería industrial y el consumo excesivo de refrescos, a los que también ha declarado la guerra el Gobierno portugués. Pero tampoco pueden dejar de producirme inquietud los gobiernos que imponen lo que un ciudadano adulto, comprometido con su salud y la de sus hijos, debe o no debe comer y beber. Los gobiernos lo que tienen que hacer es extremar los controles de calidad de los alimentos y, en términos generales, que cada quisque coma lo que considere oportuno, vegano o animal. Portugal fue un país pionero en 1977 de la famosa rueda para promocionar racionalmente la alimentación equilibrada. No le arriendo el mismo éxito con los menús veganos de su diputado animalista.