Aquí está otra vez el tío. Espero y deseo que disculpen mi ausencia de la semana pasada, pero la gripe me golpeó con avaricia, a la altura del tuétano para ser exactos, y me dejó tonto, un poco más tonto, aunque bicho malo nunca muere y ya vuelvo a mostrarme negro sobre blanco por estos lares. Qué mal lo he pasado. Era imposible que juntase dos sílabas. Lo intenté, juro que lo intenté, pero fui incapaz. Qué cosa más mala esto de la gripe, oiga.

En el S.XXI el hombre ha conseguido hacer comestible la quinoa, quitarle el hueso a las aceitunas, inventar los gayumbos calefactables y los días de asuntos propios, pero no ha podido erradicar la gripe, una enfermedad que año tras año hace estragos y convierte en un despojo inútil este ingenio del diseño evolutivo que es el cuerpo humano. Y lo avisan, no ataca a traición como las viejas en la carnicería, lo avisan. Durante semanas pones la tele y sólo ves anuncios de jarabes antitusivos, píldoras mucolíticas y medicamentos milagrosos. Qué más pistas quieres, pero cuando menos te lo esperas das una tos y al día siguiente ya no eres nadie, te descompones en factores primos y todo tu ser se licua como la sangre de San Genaro.

Vengo a vacunarme de la gripe, le dije a mi médico. Pues tú mismo, me contestó. Este año la cepa ha mutado y la vacuna es inocua, no hace nada. Cientos de millones de euros gastados en I+D+I y resulta que el virus ha evolucionado a súper guerrero y se ríe de todo.

Con todo y con eso hay un anuncio que me tiene loco, seguro que ustedes también lo han visto. Sale un maromo hecho fosfatina, al borde del morituri te salutam, y cuando se da la vuelta en la cama, tachán, le esperan en el pasillo dos sonrientes cabroncetes que quieren ir a pescar, no hay otro día, y claro, ese abnegado padre, digo yo que será el padre, se toma un sobrecito de pócima mágica y allá que va cruzando los charquitos de un bosque inhóspito hasta llegar a un idílico muelle donde echar el día tan a gusto. Con su bocadillo de tortilla, sus filetes empanados, y lo que más me cabrea, pescando medio metro de pez para envidia de propios y extraños. Pues les digo una cosa: es mentira, y gorda. Yo me he tomado ese mismo sobre y no he pescado nada.

Hace efecto en quince minutos, prometen unos. Solución asegurada, afirman otros. Doy por hecho que los anunciantes de las empresas farmacéuticas se esnifan el contenido en vez de diluirlo en medio vaso de agua como todo hijo de vecino, pero ya les digo que, o yo soy imbécil, o estoy mal hecho, o soy inmune a los antigripales, porque probé todos los principios activos y no conseguí más que morirme poco a poco, lastimosamente. Y no exagero ni mijita, lo sabe quién lo ha pasado.

Lo peor es la falta de dignidad. Uno pilla el ébola o se envenena con polonio radioactivo y ya está, chimpón, angelitos al cielo, pero lo de esta gripe es denigrante. Parece especialmente diseñada para arruinar el honor y la autoestima del más pinturero. Años manteniendo las formas frente a tu señora y una simple gripe consigue que pierdas el control de tu cuerpo, moquees como un grifo abierto, te estalle la cabeza, balbucees como si tuvieras dos años y tu presencia sea menos apetecible que la sopa que toma la Familia Real.

En fin, lo peor ya ha pasado. Toda una experiencia vital de la que saco en claro un deseo nítido y visceral: ojalá le entre una poquita de gripe a Puigdemont. Dada su habilidad para entenderlo todo al revés seguro que se mete el jarabe por donde los supositorios.