El señor Suñer se había propuesto caminar cincuenta y cinco minutos al día. Compró blancas zapatillas, caro chándal, unos auriculares para ir oyendo la radio y una suerte de cantimplora que podía llevar sujeta a la cintura. La cantimplora era pequeña, de un gris inopinado que podría confundirse con un tenue verde y con un tapón de rosca con cadenita que lo ataba al cuerpo general de la cantimplora.

La gente convencional piensa que eso es para que no se pierda el tapón, pero en realidad es para que no se pierdan las cantimploras. Los tapones son muy de perderse. Las cantimploras también. Puedes estar en el sofá tan tranquilo, notar que algo te incomoda en las posaderas, levantarte y que haya allí un tapón. Los tapones de cantimplora, como sólo beben agua, están siempre serenos y cerca del dueño o dueña, que no es la cantimplora y sí el propietario de la cantimplora.

El señor Suñer suda poco. Su trote fue definido como cochinero por una vecina dada a la adjetivación y al arte de quemar tostadas. Señor Suñer, dónde va, le decían los críos cerca de su portal. Pero el señor Suñer ya llevaba la radio puesta y no contestaba. Solía elegir el programa de un célebre pero no famoso locutor que a la hora de su caminata gustaba de hablar de la posible existencia de vida más allá de nuestro planeta.

El señor Suñer se preguntó si los extraterrestre tendrían problemas de sobrepeso o serían esbeltos, si en sus mundos existirían los bollos de crema y la manteca de cerdo y si a esos extraterrestre les engordaría, como a nosotros, la barriga o la cabeza. Tal vez los pies. El señor Suñer, de hecho, dedicó bastante más tiempo de lo aconsejable para una mente sana a pensar en un cuento que narrara las desventuras de un ser con propensión a engordar pero al que en lugar de engordarle todo o la cintura le crecieran los pies.

El señor Suñer no sabe qué hacer con los brazos cuando camina rápido. Camina lento entonces. Habla solo. Mira culos. Sortea biciclistas, patinadores y alocados mozalbetes que salen de un cercano colegio corriendo como si el premio por correr más fuesen cien chocolatinas. El señor Suñer se ha quitado del chocolate y bien que lo siente. A veces apaga la radio y repasa alineaciones míticas de su equipo. En ocasiones, una rodilla se resiente. El señor Suñer ha comprado una crema de mucha fama para aliviar las articulaciones, si bien no falta quien en su hogar opina que un buen copazo de coñac también alivia mucho las articulaciones, las agujetas y las penas de la vida en general. Sopesa el señor Suñer comprar una báscula. Tal vez sopesar sea un mal verbo para ponerlo en la misma oración que báscula. No la compra.

El señor Suñer tiene un pantalón azul muy a la moda en el que no entra. Sería exageración del narrador proponer que las caminatas han sido programadas por el señor Suñer sólo para poder entrar de nuevo en el pantalón azul a la moda. Sin embargo, no descarte el lector que sea ese uno de sus objetivos. Entretanto, triunfan en su armario un par de vaqueros ya tan dados de sí que ni sometiéndose a un estricto régimen de almendras, chorizo y helados le quedarían estrechos. El señor Suñer suele a veces pasar por su bar favorito mientras camina. No entra. No saluda. Ve a los parroquianos tomando el aperitivo. No cae. No por ahora. Podría variar de ruta. Pero corre el riesgo de variar de bar. El señor Suñer piensa que debería, incluso, haber adquirido dos equipaciones deportivas, dado que conviene lavar la ropa tras una caminata.