Lo que hoy por hoy dificulta realmente una solución pactada en Catalunya es que el nacionalismo catalán se ha quitado la careta, mostrando una cara que denota la voluntad decidida de imponer su credo nacional a todos los catalanes, volviendo homogénea una sociedad que hoy todavía es plural. Tal vez sean gente de paz (veremos), pero desde el poder hay muchos modos de imponer férreamente la voluntad de una parte sobre el todo sin romper un cristal. Así pues, desde que se cayó aquella careta del buen rollito, de la mezcla de lo lúdico y lo político y de las grandes marchas en forma de fiesta familiar, el pacto resulta más difícil, pues la defensa del pluralismo en Catalunya no puede dejarse en manos de quienes quieren achicarlo. Acabaríamos viendo una manifestación con miles y miles de personas sin rostro propio, todos con la careta de Puigdemont; un siniestro proyecto de país.