No me resulta fácil explicar la atracción que ejerce sobre mí el mundo de los libros. Desde una gran librería hasta un sencillo marcapáginas, desde una Feria del Libro monumental (¡ay, maravillosa Feria de Guadalajara!) a una minoritaria presentación en un lugar recóndito, desde un ex libris original hasta una biblioteca familiar. Todo me atrae sin remedio. También me preocupa no ser capaz de transmitir esa pasión a mi hija y a mis alumnos y alumnas.

Las novelas que tienen como eje de la acción las librerías o los libros o los libreros me seducen sin remedio: Cosas raras que se oyen en las librerías (Jen Campbell), La biblioteca de los libros rechazados (David Foenkinos), La librería más famosa de mundo (Jeremy Mercer), El librero (Roald Dahl), La librería de los escritores (Mijail Osorguín), El librero de Selinunte (Roberto Vecchioni), La librería encantada y La librería ambulante (Christofher Morley), Fahrenheit 451 (Ray Bradbury), Los libros son tímidos (Giulia Alberico), El librero de Kabul (Asne Selesrtad), Un librero en apuros (Francisco Puche Vergara), Bibliomanía (Gustave Flaubert), Curso de librería (Fernando San Basilio), 84 Charing Cross Road (Helene Hanff), La sombra del viento (Carlos Ruiz Zafón), El libro de los libros (Quint Buchholz), La casa de los veinte mil libros (Shasha Abramsky), La sonrisa de las mujeres de Nicolas Barreau? Por poner algunos ejemplos que probablemente conocerán quienes me leen.

No sé si tengo que combatir o que cultivar este sentimiento, esta atracción irresistible. No sé si esta adicción me ata al pasado y me deja en los márgenes del futuro digital. Lo cierto es que, de momento, no la puedo evitar. Sigo comprando libros, sigo leyendo con fruición, sigo buscando espacios en la casa para almacenarlos, me resisto a tirar ninguno a la basura incluso en los días de furia aniquiladora. Puedo tirar muchas cosas, puedo tirarlo casi todo, pero nunca un libro.

Acabo de leer La librería, de Penélope Fitzgerald, (novela finalista del Booker Prize, premio que consiguió la autora con su siguiente novela titulada A la deriva). Y lo he hecho seducido por el título y por el interés que ha despertado en mí el hecho de que la directora catalana de cine Isabel Coixet haya filmado en 2017 una película homónima sobre el libro. Película que, por cierto, está nominada para los Oscar, los Globos de Oro y los Goya de esta noche. Se trata de una coproducción entre España y el Reino Unido.

Como diplomado en cinematografía (me acerqué al mundo del cine como educador, no como técnico) siempre me ha intrigado la relación entre cine y literatura. Me gusta saber qué es lo que ha resultado más interesante cuando se ha leído un libro y se ha visto una película sobre el mismo. Y por qué. Por cierto, nunca he visto que, una vez creada la película se haya escrito un libro homónimo. Y pocas veces he sabido de alguien que lea el libro después de haber visto la película.

Dice Isabel Coixet: «Leí la novela de Penélope Fitzgerald hace casi diez años, durante un particularmente frío verano en las Islas Británicas. La lectura del libro fue una verdadera revelación: me sentí totalmente transportada al año 1959 y me creí verdaderamente ser, de algún modo, esa inocente, dulce e idealista Florence Green. De hecho, lo soy. Me siento profundamente conectada a este personaje como nunca me he sentido con los protagonistas de mis anteriores películas».

La librería (libro/película) es una tragicomedia sutil, que cuenta la historia de Florence, una mujer viuda que se enfrenta a un enorme desafío: tratar de construir y mantener una librería en el pequeño pueblo de Hardborough (Suffolk), sito en la costa británica. La historia narra las dificultades y los obstáculos con los que Florence se va a encontrar: la ignorancia, la envidia y la falsa moral de un pueblo que acabará irremediablemente con su sueño.

«El argumento de la historia, lo digo con palabras de Coixet porque la he visto impregnada de la magia de la novela, es casi una parábola sobre el peligro y las dificultades que hoy en día corre el mundo de la literatura y de la palabra escrita al enfrentarse a una sociedad burocrática, inculta e ignorante que se mueve por el dinero y la envidia. Si la palabra escrita tal y como la conocemos desaparece, desaparecen todos los valores culturales, sociales y de conocimiento que ello conlleva. Todos hemos visto en nuestra ciudad cómo las librerías de toda la vida van desapareciendo engullidas por la maquinaria de una sociedad que parece no necesitar los libros. Esta película pone el punto de mira en esta desaparición incesante, silenciosa y definitiva cuyas consecuencias son tan graves y catastróficas como la desaparición de la biblioteca de Alejandría».

Y añade: «La película también es un alegato a la libertad de expresión y un ataque directo a todos los ejemplos de ignorancia y censura. La publicación de una edición del famoso libro de Nabokov, Lolita, será la excusa perfecta para intentar hundir la librería de Florence y dejará en evidencia la moral inequívocamente hipócrita que demoniza y condena cualquier alegato que no reafirme el discurso de su falsa y controladora moral. En definitiva, la película también es un canto a la libertad de expresión y la pluralidad de opiniones y enfoques».

Florence Green (interpretada en la película por Emily Mortimer) es un singular personaje femenino (también son mujeres la autora del libro y la directora de la película). Este hecho es un eje temático de la obra. Green es una mujer fuerte, inteligente y madura que se mueve por la fuerza de sus convicciones y de sus emociones y que intentará por todos los medios levantar un negocio cultural sin esperar otro tipo de compensación que la espiritual. Sus antagonistas en cambio querrán arrebatarle su proyecto simplemente para crear otro que esté por encima del suyo y que consiga fama y dinero. Esta lucha es una representación de algo que ocurre hoy en día demasiado a menudo, donde la cultura no promueve las obras artísticas que valen la pena sino todas aquellas obras que con su oportunismo o espectacularidad son rentables y dan un montón de beneficios económicos. Las fuerzas vivas del pueblo, una vez más, dan la espalda a la posibilidad curativa, regenerativa, educativa e insondable que tienen la cultura y el arte por sí mismos.

La novela cierra con estas palabras: «Cuando arrancó para salir de la estación ella bajó la cabeza en señal de vergüenza porque el pueblo en el que había vivido casi diez años no había querido tener una librería». Ha visto roto su sueño pero ha sido capaz de transmitir su pasión a Christine, una niña de 10 años que representa el futuro de la literatura. Florence la enseña con su ejemplo el amor a los libros, el valor de la fuerza de voluntad y la capacidad de superar las adversidades.

El sueño de la protagonista queda roto pero consigue transmitir su pasión por los libros y su inmenso coraje a una niña de 10 años que se llama Christine. Ella es el futuro. El futuro de un mundo que no debería dar la espalda a los libros. Ahí está la esperanza. La esperanza, como digo muchas veces, está en la educación.

La protagonista pierde la batalla, pero nos inspira a todos y a todas. Porque tiene una causa y voluntad para luchar por ella. Como se dice en la novela: «La fuerza de voluntad es inútil si no se va a ningún lado».

Termino con unas palabras de la protagonista de La Librería, que constituyen un canto emocionado al valor de los libros, a la fuerza de la lectura: «Un buen libro es la preciosa savia del alma de un maestro, embalsamada y atesorada intencionadamente para una vida después de la vida y, como tal, no hay duda de que debe ser un artículo de primera necesidad».