El 3 de enero de 2018, hace hoy exactamente un mes, fallecía en su casa neoyorquina el gran Fred Bass, el rey del imprescindible mundo de los libros de segunda mano de Nueva York. Tenía 89 años. Su reino, el Strand Book Store, sigue siendo el espacio dedicado al comercio de los libros usados más grande del planeta. En realidad los fondos estaban repartidos por distintos edificios de la ciudad. En una época en la que por motivos profesionales tenía que viajar a Nueva York con cierta frecuencia me acostumbré a pasar más de un fin de semana curioseando por los laberintos que formaban los cientos de miles de libros depositados en la casa madre. Entre Broadway y la calle 12.

Era aquello un emporio casi amazónico en el que confluían dos ríos gigantescos, el de la compra de libros y el de la venta. Ambos tenían vibraciones, coloraturas y densidades muy distintas. Ambos eran fascinantes. Vi y saludé al señor Bass, el dueño, en más de una ocasión. Era obvio que el incansable Fred Bass se nutría gracias al feedback continuo de sus clientes. Tanto compradores como vendedores. Era un hombre pulcro y elegante. Incluso en los terroríficos días del verano neoyorquino, cuando todavía no había instalado el aire acondicionado, llevaba corbata y un traje de tres piezas. Su aire bondadoso y paciente y su bien recortada barbita le daba un relajante aire de académico distinguido de la Ivy League.

Era un águila don Fred. Creo que le agradaba que yo le llamara así. No en vano todo lo español tenía entonces una aureola de prestigio en Nueva York. Su prodigiosa maestría en el oficio la había aprendido de su padre, un inmigrante lituano. En la década de los cincuenta comenzó su ascenso meteórico. De un stock de 70.000 libros pasó a unos stocks que en total sumaban los dos millones y medio de volúmenes. Es parte ya de la leyenda el que un día se le puso a tiro el mítico ´second folio´ de Shakespeare (la recopilación de 1632 de su obra teatral). Lógicamente lo compró y rápidamente lo vendió por 100.000 dólares. Es obvio que gracias a márgenes como ésos se financiaba la parte más melancólica de su negocio. Los miles de libros finalmente marcados como invendibles. Que terminarían siendo un día sacrificados en el limbo de los libro sin futuro.

Siempre he pensado que el Strand Book Store era un mundo lunar, en una peculiar galaxia dotada de su propia realidad, en ocasiones más poderosa que la de la vida real. Se practicaban allí cultos que recordaban a las antiquísimas religiones de la antigua Mesopotamia. Las que a través de su panteón de dioses predicaban la existencia de una vida más allá de la muerte. Las que tutelaban formidables deidades como Sin, la diosa-luna de Caldea. Hace ya más de sesenta años del descubrimiento por eminentes arqueólogos de las tumbas sagradas de Ur. Las que guardaron sus secretos y sus certezas durante más de 3.000 años. Siempre pensé que ellas eran lo más cercano al mundo neoyorquino de Fred Bass.