Se me ha roto el cordón del zapato derecho de mi calzado favorito. Esta mañana, al hacer la lazada, me quedé con un trozo en la mano. Hace años que no compro cordones, de manera que tampoco sé dónde los venden. Me acerco al chino de la esquina, pero tiene de todo menos cordones. Cuando era pequeño se adquirían en unas tiendas llamadas mercerías, que ya no existen. El recuerdo de las mercerías, donde también solía haber una señora maternal que cogía los puntos a las medias, me pone nostálgico. Por la tarde le comento el asunto a mi terapeuta.

-¿No tiene usted otros zapatos? -me pregunta.

-Sí, pero estos son los que más me gustan.

Ella, desde su posición puede ver los agujeros vacíos de mi zapato derecho, pues he decidido ponérmelo aunque sea sin cordón.

-¿La pérdida de ese cordón evoca en usted otras pérdidas? -pregunta al cabo de un rato.

Pienso en el cordón umbilical, pero me parece muy obvio y no digo nada. No digo nada, aunque me estremece de súbito la idea de haber estado unido en una época remota a otro cuerpo por medio de ese cordón. Otro cuerpo, el de mi madre, que ya está muerto. No somos conscientes de lo raro que es venir a la vida y permanecer en ella durante tanto tiempo como vengo permaneciendo yo, observando la fragilidad de las cosas. Dan ganas de llorar con efectos retroactivo por todos los tanatorios en los que hemos hecho guardia, por todos los entierros o incineraciones a los que hemos asistido.

La terapeuta me dice que los venden n El Corte Inglés.

-¿El qué? -pregunto yo, abstraído como me encuentro.

-Los cordones -insiste ella.

Cuando salgo de la consulta, me acerco a una sucursal de los grandes almacenes y, en efecto, los tienen de todas las longitudes y colores.

El color que necesito es marrón, pero de los centímetros no tengo ni idea, por lo que pido ayuda a un dependiente. Ya en casa, busco en Google la longitud del cordón umbilical: unos 56 centímetros. Redondeando, medio metro: casi lo mismo que la del cordón de mi zapato.

Casualidades.