Escena típica de restaurante: mesas de comensales y diversas pantallas con informativos que se ven pero no se oyen. En esas pantallas, en distintas televisiones, aparecen continuamente imágenes de Carles Puigdemont y Roger Torrent, presidente del Parlament. Hasta ahí lo normal. Lo que no es tan normal es que ese restaurante esté situado en David, capital de Chiriquí casi en la frontera entre Panamá y Costa Rica. El seguimiento de la crisis catalana es muy alto en Europa pero también en América y no duden de que esa proliferación de imágenes con los rostros de este conflicto impacta más cuanto mayor es la distancia y más exótico el destino. Ni rastro de cualquier noticia española, por desgracia, que no sea esa. Por eso el Rey fue a la cumbre de Davos, a decir que hay una España cotidiana sin tensión -incluida Cataluña- que trabaja y va saliendo de la crisis, aunque contaminada por la desigualdad social.

De vuelta a la capital, un ministro del Gobierno panameñista de Varela nos ofrecía en privado datos preocupantes: España está perdiendo oportunidades porque apenas llegan empresarios con proyectos. Y eso que disponemos de una solvente representación diplomática, lo que no siempre es así. Panamá es un país con dinero porque la administración del Canal, la logística Maritima y ahora la explotación de una mina muy rentable aporta recursos suficientes al Gobierno para modernizar el país. Pero día tras día recibe al menos una misión oficial china que recorre ministerios y busca contratos sustanciosos, por lo general con éxito por incomparecencia de otros. «Ustedes deberían llamar a empresarios españoles para invertir aquí porque, son referencia por el idioma y porque tienen muy buena tecnología y excelentes profesionales; el principal inversor debería ser España y no otros». Sin embargo, buena parte de esas oportunidades se la llevan, además de China, Israel y Chile que llegan muy fuertes.

«Panamá es un país rico pero lleno de pobres», admite con preocupación otro ministro, señalando que los avances sociales van muy por detrás del progreso económico. Así lo destacó también el profesor Daniel Zovatto en un interesante coloquio organizado por el Tribunal Electoral, impulsor de unas nuevas condiciones para los comicios generales del 5 de mayo del 2019. Si la apuesta sale bien, Panamá puede convertirse en una referencia para otros países de la zona donde las elecciones son menos fiables. En Honduras recientemente el fraude fue intolerable.

Pero la modificación de la ley electoral -limitación de gastos admitidos y plazos de campaña- no alcanza allí, como en casi ningún país, a la modificación de las circunscripciones electorales. Los grandes tienen un botín en el viejo reparto. Aquí también. En España es insólito que los dos nuevos partidos, Podemos y Ciudadanos, dialoguen para impulsar una ley electoral que haga menos injusto el reparto de escaños que ahora beneficia a populares y socialistas y, de forma especial, a los nacionalistas que tienen una prima muy alta también en elecciones generales. Si ambas formaciones de la nueva política alcanzaran un acuerdo para una reclamación conjunta, cualquier otra cosa podría ser posible y quizás se desbloqueara el parón legislativo que nos aflige.

Son tiempos extraños: la macroeconomía crece, la desigualdad permanece. la deuda pública estremece, las pensiones se colapsan y la política se atasca. No solo la catalana, apenas desactivada por los demoledores mensajes de Puigdemont que da la partida por perdida. La invención de fórmulas para tratar de evitar elecciones sin dejar tirado a Puigdemont rozan el delirio: primero que si la investidura telemática y ahora desdoblar la presidencia de la Generalitat, una simbólica en Bélgica y otra efectiva en Barcelona. Vamos a nuevas elecciones. De seguir así, solo hay algo garantizado por meses: aparecer en las pantallas de televisión de cualquier bar del mundo; pero sin sonido. Y mientras, seguiremos perdiendo oportunidades.