Creo en la locura. Creo en las idas de cabeza, en la esquizofrenia y en todas aquellas patologías que pueden llegar a nublar la vista del sujeto respecto del acto dañino que esté cometiendo. Creo en los psicóticos, en los llamados locos morales. Esa gente que sabe perfectamente lo que hace pero no es consciente del mal que se deriva de sus actos. Creo, y que crea no quiere decir que lo justifique, en el calentón, en el impulso, en la falta de control insuperable que, en un pico de alta tensión, te lleva a buscarle la ruina a otro y a ti mismo. Pero también creo en el mal. En el mal de ocurrencia inmediata y en el mal premeditado. En las personas que tienen gusto por la perversidad porque sí y que se sienten por encima de toda moral, de todo código penal y de cualquier escala de valores que no pase por sus propias apetencias. Es por eso que no todos los asesinos, violadores, maltratadores y afines están locos. Algunos son conscientes y disfrutan, simplemente, de la propia tendencia. Pero si bien puedo llegar a comprender, que no justificar, los resortes que, dentro de una cabeza, se activan para cometer una tropelía, ya sea por locura, por impulso o por gusto, sí que me cuesta elucubrar cómo se puede llegar a concertar la comisión colectiva de un delito, tanto más si los presuntos culpables se mueven dentro de un entorno de aparente normalidad social e incluso institucional. Desgraciadamente, parecen proliferar en nuestros días los sucesos relacionados con violaciones colectivas. En este orden de historias, un juzgado de Antequera instruye la causa de la soldado que denunció haber sido drogada y posteriormente violada por varios de sus compañeros, todos ellos pertenecientes a la Base Aérea de Bobadilla. Y si bien me parecería de lo más execrable que estos hechos presuntos llegaran a confirmarse, bien es cierto que también me sumaría tormento el contexto de la comisión. Y ello porque no nos encontramos en un callejón oscuro ni en un entorno hostil. Todo merodea alrededor de un acuartelamiento militar y parte de sus componentes. No hablamos de una banda criminal organizada de antemano, sino de un eventual concierto de voluntades para la comisión de un delito que ha podido ser llevado a cabo por personas que prestan un servicio público a la ciudadanía, al estado y a la defensa de los derechos fundamentales. ¿Cómo se hace? ¿Cómo se llega al momento en el que uno pudiera ponerse de acuerdo con otro para drogar la bebida de una mujer con fines tan despreciables? ¿Se hace guiñando un ojo? ¿Se propone abiertamente? No seré yo quien gradúe las violaciones pero, personalmente, se me antoja particularmente desagradable, insisto, el entorno; el despertarte en tu propio cuartel con la sospecha de que las lesiones, los dolores y los moratones de tu cuerpo tienen como causa una posible violación por parte de tus propios compañeros. También entre los integrantes de la llamada "Manada" había algún miembro de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, colectivos que, sin duda, son las segundas víctimas directas. Un gremio que no se merece la mancha que a su imagen de sacrificio, tenacidad y servicio público les pueda venir dada por parte de criminales que se filtran a través de los protocolos de acceso y que, de repente, se ven uniformados y formando parte de una institución noble para la sola deshonra de la misma, de su imagen y de sus miembros. Quizá hubiera que aplicar más profundidad y precisión en esos psicotécnicos que procuran hacer criba entre las cabezas de quienes tocan a la puerta porque se ven capaces de portar un arma en el futuro. Quede claro que no son, evidentemente, todos los que están. Hablamos de un detalle, de una minoría. Pero una minoría que existe. Además de la jurisdicción ordinaria, que es la de todos, es no sólo de justicia sino también necesario que estos propios institutos armados sean los que tomen medidas de manera preventiva, contundente y, en su caso, concluyente frente a estos relatos deleznables. Frente a todos los que se confirmen como instigadores, cooperadores, encubridores y ejecutores del delito. Frente a todos los que, sin locura ninguna, conciertan la comisión del mal en equipo.