Los romanos tenían un proverbio que lo indicaba a las claras: Si vis pacem, para bellum. Prepárate para la guerra, si buscas la paz. Descartada la hipótesis de que quien ha propuesto al presidente Trump para el premio Nobel de la Paz haya sido un bromista, cabe pensar que será un experto en latines. Aunque es la tercera vez ya que Trump es candidato, así que conviene que nos demos por enterados de que la cosa va en serio. Al fin y al cabo, una de las pistolas más famosas que existen, la de marca Parabellum, nos recuerda con su nombre que hay que armarse hasta los dientes para poder lograr una paz envidiable, propia casi de la utopía aquella del movimiento hippy de los años sesenta del siglo pasado.

A base de pistolas, misiles y botones nucleares inmensos como ése que asegura Trump que tiene a mano «mucho más grande, por cierto, que el de quien imagino que será el segundo candidato al premio, el pacifista por excelencia Kim Jong-Un» vamos de cabeza la paz eterna. No nos pongamos trágicos: con eso de paz eterna, y descanso a juego, se suele aludir al cementerio pero cabe pensar también en el filósofo Kant cuando decidió abandonar el estudio de los preceptos éticos para adentrarse en la necesidad de garantizar el orden en el mundo en caso de que la moral falle. Que vaya si falla; tanto como para creer que el equivalente en ese terreno de la estrategia de buscar la guerra con fines pacíficos, es decir, el apuntarse a la corrupción en la confianza de que así nos caerá la virtud de los cielos, carece de recorrido ya. Así que, siguiendo a Kant, sería cosa de montar una especie de gobierno planetario, o asamblea de gobiernos, que se dote de las leyes necesarias para erradicar la violencia. Como eso resulta imposible salvo que semejante organismo absoluto disponga de la fuerza necesaria para imponer sus leyes, por ese camino se llega muy pronto al Leviatán de Hobbes, a concluir la necesidad de que el Estado sea más fuerte que quienes quieren acabar con él.

Está por demostrar que Donald Trump haya leído a Hobbes, a Kant o, ya que estamos, a Julio Verne. Pero lo cierto es que ha dado con un atajo de lo más pragmático: no nos perdamos en detalles ociosos sobre la ética de las naciones, ni en pejigueras acerca de las leyes que, todo lo más, se aprobarán en la ONU con pocas esperanzas de que sirvan al cabo para algo. Vayamos de manera directa y sin recovecos a la parabellum en su equivalente sideral. ¿Premio Nobel de la Paz? Hasta el de Medicina se merece el ocupante de la Casa Blanca. Un argumento parecido demuestra que nada hizo más por las vacunas que la enfermedad de la viruela.

Trump lleva años defendiendo que la segunda enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, la que da derecho a la posesión de armas, conduce de lleno al mundo feliz. Que le den el premio, por favor, antes de que se le ocurra que eso pase a ser obligatorio.