Una mujer de media edad cuya madre acaba de morir, y sin más familia, viaja de Madrid a una ciudad del Norte, se aloja varios días en un hotel y en la noche del último de la reserva es tragada por el mar en un dique batido por fuerte oleaje, junto a la playa. En la mochila, dejada en la arena, libros de gran peso, como la Biblia y El señor de los anillos. En el cuerpo no hay signos de violencia. Curiosa mezcla literaria, pienso, un toque de religión y otro de paganismo de consumo, pero no hay que echarle culpa alguna a estas lecturas. Tampoco a la ola que se la llevó, ni desde luego a la mujer, si es que hizo algo por ello. Mucho menos aún a la soledad, en la que se va uno siempre, porque en el tramo final ya no hay nadie al lado. Algunos se dan cuenta de ello, con estupor, en ese momento. A esta previsora mujer, con la que siento, esa última soledad no la pillaría de sorpresa.