Cuando termine el trimestre en curso, se cumplirán cinco años desde que la economía española tocó fondo, tras la Gran Recesión de 2008. Desde entonces, se han encadenando mejoras del PIB y del empleo. Sin embargo, no dejan de aparecer datos que demuestran que, esta vez (y a diferencia de crisis anteriores), la recuperación es distinta.

Por ejemplo, según el Banco de España, la concesión de créditos al consumo (para compra de automóviles, electrodomésticos o viajes) ha regresado a niveles previos a la crisis de 2008. Hasta aquí, todo normal. Pero ya no lo es tanto que el volumen de este tipo de crédito (algo más de 43.000 millones de euros) supere al concedido para la adquisición de una vivienda (cerca de 39.000 millones).

La debilidad del crédito hipotecario se explica porque, más allá de grandes capitales y zonas costeras, no se ha superado la resaca inmobiliaria de principios de siglo (cuando la financiación hipotecaria superaba los 150.000 millones de euros anuales). Además, los sueldos pagados desde 2013 son relativamente bajos (para las personas que logran su primer empleo) o permanecen estancados (para quienes lo conservaron durante la crisis), lo que ha provocado que las entidades financieras solo abran el grifo con el crédito al consumo (dada su alta rentabilidad y ante un entorno prolongado de bajos tipos de interés).

Esta situación no sería mala, si no fuera un reflejo de la baja capacidad de ahorro de la mayoría de españoles, que deben recurrir al crédito para mantener cotas de consumo que no alcanzarían con sus sueldos (según datos de 2015, casi un 65% declara ingresos inferiores a los 21.000 euros anuales). Así que no vamos mal, pero con un suelo inestable€ y con casi todo el mundo rogando para que los intereses no suban en años.