El efecto enigmático de la sincronicidad no deja de sorprendernos en el devenir cotidiano al que nos enfrentamos en este universo cautivador donde habitamos. A todos nos ha sucedido en algún momento la vivencia de una coincidencia, la cual nos ha resultado aciaga, asombrosa o esperanzadora.

Enlaces entre hechos, fechas, individuos y testimonios generadores de sensaciones fuera de una realidad habitual; de una ocurrencia temporal coincidente de acontecimientos acausales (no tienen causa alguna). Para el psicólogo suizo Carl Jung, las coincidencias no solo estaban gobernadas por el acaso sino por una dinámica más trascendente; el azar es el nombre otorgado a una ley desconocida, hay muchos planos para explicar las causas, concluyendo que todos los eventos y todos los sujetos quienes lo perciben son la misma cosa. El uno es el otro: es el mismo.

Que hoy coincida el inicio de la Cuaresma - tiempo litúrgico de conversión, el cual marca la Iglesia para prepararnos y cambiar algo de nosotros y mejorar nuestras conductas desde el amor- con el Día de San Valentín - festividad en honor al sacerdote quien se opuso a la prohibición del emperador Claudio II a la celebración de matrimonios para los jóvenes soldados. San Valentín comenzó a celebrar en secreto bodas hasta que fue descubierto y sentenciado a muerte en el siglo III (año 270)- parece aplicar el principio de la sincronicidad ante este paralelismo. Éste me sugiere que esta urbe da comienzo a un ciclo con parte de la estética de Julio Cortázar, donde se anda sin buscarnos pero sabiendo que transitamos para encontrarnos. En realidad, en esta ciudad las cosas verdaderamente difíciles son todo lo que la gente cree poder hacer a cada momento. Málaga es nuestro espejo, esto es, para vernos tenemos que mirarte.