Miércoles de Ceniza un año más, pero éste, caramba, en 14 de febrero, festividad de los Santos Patronos de Europa, Cirilo y Metodio, y también de San Valentín, o sea el Día de los Enamorados en la mentalidad colectiva e imperante.

La última vez que ocurrió tal coincidencia fue en 1945, pero entonces ni nuestra sociedad estaba para dispendios ni la mercantilización de los sentimientos se había desarrollado. Hoy es otra cosa.

Esta coincidencia puede ser una peliaguda conjunción para el cofrade integral con pareja. Otra vez despunta el anhelado horizonte de capirotes y tambores, pero tras la austeridad del umbral cuaresmal. Ardua cuestión esta coincidencia en el calendario, ciertamente, máxime si la media naranja no es siquiera creyente.

Ayuno, oración y limosna no cuadran demasiado bien con el intercambio de regalos en cena romántica. Cabe adelantar o posponer los arrumacos y su comercial expresión en pro del rigor de rituales eclesiales y estatutos cofrades, pero también aliviar el ascetismo litúrgico. Incluso sutilmente alguno pudo conjugar todo acudiendo a imponerse la ceniza, medalla al pecho, y luego ir de cena, regalito en mano. Allá cada cual con sus personales compromisos?

Los ritos religiosos son expresiones, signos, de fe. Sin fe, el signo se transforma en teatro y el ritual en mero folclore. La fe, no la simple creencia, implica confianza con y en el Señor, pero también fidelidad a Él. Por eso ayer, al recibir la ceniza nos dicen que nos convirtamos y creamos en el Evangelio. Ese mismo Evangelio en el que Jesucristo claramente advierte que no es posible servir a dos señores a la vez. La componenda, la media tinta o el arreglito oportuno, no funcionan con Él.

Bien pensado, por otra parte, el cofrade que de veras quiera al Señor, aquél de verdad enamorado de su Palabra y su ejemplo vital de misericordia y compasión, no tiene pega alguna en ofrecer ese 14 de febrero anteponiendo la conciencia de su Presencia, y la trascendencia y la emoción del tiempo que se acerca, a todo lo demás. Quizá así incluso la más agnóstica media naranja acabe comprendiendo que celebrar el Día de los Enamorados ayunando y orar y compartir con los demás a diario es signo de fe en el amor más apasionado y eterno. Porque, no en vano, Dios es amor.