Ha hablado Felipe González, que últimamente se prodiga una barbaridad, para decir que Mariano Rajoy no debería optar a la reelección. Tiene la impresión de que está harto. Sostiene que cuando uno empieza a gobernar puede soportar una carga de peso de una tonelada pero cuando lleva diez años, medio kilo parece pesado. A González le avala la experiencia, él aguantó sobre sus hombros cuatro legislaturas, una carga considerable de la que nadie, salvo las urnas, pudo convencerle para que se librara de ella a tiempo. Rajoy, igual que otros, es de los que cree que el poder desgasta menos que no tenerlo. A su manera lleva más tiempo sentado sobre él que el propio González, pero en cuestiones de carga estoy seguro de que al presidente del Gobierno, por su forma de enfrentarse a los problemas, no se le puede atribuir el mismo consumo de energía que a quienes le precedieron. En cuanto a resistencia saldría ganando en comparación con una gran parte del resto del género humano. A Felipe González, que tuvieron que retirarlo los votantes, las ojeras le llegaban al suelo con el medio kilo de peso de los últimos años. Suárez, su predecesor, sufrió hasta las más trágicas consecuencias la guerra que le declararon dentro y fuera de su partido. Calvo Sotelo no tuvo tiempo de experimentar el hartazgo. Aznar padeció el vértigo de la altura de manera visible, y Zapatero, ay, al finalizar su primer mandato ya no era Bambi, sino su abuela. Pero Mariano Rajoy, enfrentado a situaciones límite que ni imaginarse hubieran querido sus antecesores, se halla aparentemente más fresco que una lechuga, chapoteando en el fangal de la corrupción y de las encuestas, en medio de la inestabilidad, sin presupuesto, y soportando la gamberrada perpetua del independentismo. Parece de goma.