No deja de ser paradójico escribir sobre la radio a destiempo, pero es lo que tiene tener asignado el sábado, que o cae hoy el día mundial o internacional de turno, o no puedo uno homenajear al protagonista en su día. En este caso, la radio. Pero de la misma forma que hay quienes no celebramos San Valentín porque a diario mostramos nuestro amor de formas bastantes más distintas e incluso menos materiales que una rosa o una caja de bombones, también celebro el día de la radio de lunes a domingo. No hay día que la escuche al menos media hora y si me esfuerzo, puedo evocar mis primeros recuerdos saliendo del transistor (qué palabra) de la cocina de mis abuelos con una voz desgañitándose por cantar goles para que los oyeran dos niños que devoraban bocadillos de chocolate mientras los mayores parloteaban en el salón. Con algunos años más, los sábados, Toni Aguilar acompañaba las mañanas repasando la lista Del 40 al 1 mientras que en familia repasábamos el polvo con un reparto de tareas igual de ordenado que una escaleta que, por las tardes, daba paso bien en el coche o bien en el cuarto, a Tiempo de Juego. Tiempo de Juego... y García. Seguramente llegasen a cientos las noches que pasé oyéndole rajar de gente a quien yo apenas conocía, poniendo a caldo a algún colaborador o redactor o soltando su soliloquio inicial mientras yo jugaba a algún videojuego o intentaba conciliar el sueño de que, quizá, mole eso de ser periodista. Y pasa el tiempo, y las mañanas de Gomaespuma durante la universidad; y los escasos goles de un equipo amarillo penando en Segunda B cantados con la fuerza de Javi Lacave y con la ilusión del retorno a mejores divisiones en una sintonía andaluza, en la nuestra, en la que, cada noche de febrero (o de enero, o cuando tocase), Juan Manzorro hacía que, aunque estuviese a cientos de kilómetros del Falla, las noches fuesen de gran categoría; y el rock´n´roll de Granada, donde Rock&Gol mutaba en Rock FM camino del estadio de Los Cármenes, en esos años en los que el Tiempo de Juego reclutó al enemigo y en los que Montserrat Domínguez se venía a trabajar los fines de semana, aunque ya no necesariamente en un walkman. Aunque el Pirata y los suyos suenen cada mañana en el transistor que jamás desaparecerá de mi cuarto de baño, Andreu y Berto pueden aparecer a través del móvil, de la tablet o incluso en la televisión, pero haciendo radio, haciendo cierto eso de que Nadie sabe nada y de que bien pensado, esto podría ser el podcast del pasado martes, en el que no pude decirte en directo todo esto que te tenía que decir, y que se resumiría en ese efímero programa que el adorado Andrés Montes presentó en su momento y que era toda una declaración de intenciones: No sabes cómo te quiero. Pues eso.