Todos los seres vivos necesitamos alimento y protección pero también amor para crecer y realizarnos. Hombres, mujeres, animales y plantas, todos estamos interrelacionados como si formáramos parte de un único organismo vivo.

Somos árboles que están unidos por sus raíces a través del subsuelo. Nos comunicamos, nos ayudamos, compartimos el alimento, emitimos gases para avisar a los demás del peligro, incluso cambiamos nuestra composición bioquímica también para defendernos en caso de amenaza.

Cada vez que se tala un árbol madre, los jóvenes árboles y plantas de su alrededor se ven gravemente afectados. Al igual que cuando muere un ser querido, las personas que le rodeaban sufren por su pérdida.

Me diréis que todo esto suena al film Avatar. Parece ser que la gran producción americana es mucho más que una historia de ficción.

La doctora Suzanne Simard, profesora de ecología forestal de la Universidad de Columbia Británica, habla de esta interconexión en sus conferencias. Simard logró probarlo científicamente. Uno de sus múltiples experimentos consistió en envolver dos árboles en plástico y rociarlos con gas tóxico de forma alterna. La doctora observó que ambos se ayudaban transmitiendo más nutrientes para paliar los efectos de la toxicidad.

Gracias a la doctora Simard hoy día podemos confirmar que las redes subterráneas de árboles y plantas son equiparables a las conexiones neuronales de un cerebro.

Por otro lado, científicos británicos de la Universidad de Exeter observaron cómo al cortar una planta esta emitía un gas para advertir de peligro al resto de plantas que la rodeaban. También lograron captar su forma de comunicarse, frecuencias imperceptibles para el oído humano. La conclusión fue que las plantas poseen un lenguaje propio.

Pues bien. El día después de San Valentín tenía una comida con alguien por quien siento cierta debilidad. Al espécimen en cuestión lo llamaré hombre-cactus por denominarlo de alguna manera y por lo espinoso del asunto.

El hombre-cactus me dio plantón sin ninguna razón que lo justificara cinco minutos antes de nuestra cita. Parece ser que le había surgido un plan más apetecible por el camino. No os podéis imaginar cómo este hecho aparentemente intrascendental alteró mi composición bioquímica. Bueno, de hecho, este artículo podría ser una especie de emisión de gas de alerta al resto de mujeres-planta del planeta que como yo podrían haber vivido o vivir una situación parecida.

Como mujer-planta relacionada con especies de todo tipo, hombres-cactus incluidos, he tenido que escuchar un sinfín de tonterías sobre que lo que la mujer necesita es seguridad y protección. Personalmente creo que lo único que necesita la mujer es que la dejen expresarse. Cada una puede necesitar una cosa distinta, digo yo.

Y si entramos en el juego de generalizar, apuesto a que, como el resto de seres vivos del planeta, lo que la mujer requiere, más que otra cosa, es amor.

Sin amor no existe verdadera seguridad. Somos un todo (también con los cactus). La única ventaja que tenemos respecto de las plantas es que nosotras, en caso de necesidad, podemos huir y cuidarnos de algunos de ellos.