En el suelo está el árbol. Hay algo contra natura en un árbol horizontal. Vencido. Los operarios colocan una máquina en el tocón del tronco recién cortado que lo rebaja aún más y lo astilla salpicando como de carne picada de árbol la acera. El niño lo mira espantado.

Un hombre comienza a cortar en trozos el árbol caído con una sierra mecánica. El hombre le da miedo al niño. A sus ojos bien podría parecer un ser de pesadilla sacado de un videojuego arma en mano. Pero el niño, sin protección alguna, se suelta de la mano del padre y avanza con determinación hacia él. ¿Por qué le hace usted daño?, pregunta.

El operario, que no se lo espera, desconecta la sierra y se queda mirando a los ojos del crío. El padre se acerca y agarra de nuevo la mano del niño. Se disculpa ante el operario y aprovecha para preguntarle qué están haciendo. El hombre responde que el árbol molestaba con su crecimiento demasiado cercano a los vecinos del primer y segundo piso del edificio ante el que estaba plantado. Que no se puede replantar porque habría que levantar la acera y luego volver a arreglarla y eso cuesta más dinero. Por último, el trabajador explica que plantarán otro en el saliente de la acera, más alejado de la fachada del edificio. En ese momento el niño, con lágrimas en los ojos, le grita: ¿y por un poco de dinero se mata a un árbol? ¿sólo porque moleste a alguien se le quita la vida a un ser vivo que no le ha hecho nada a nadie y nos mejora el aire y nos da sombra sin pedir nada a cambio?

El trabajador, el padre y algunas personas que también llevan niños de la mano, tras haberles recogido a la salida del colegio, se paran mirando lo que ocurre, alertados por los gritos del niño que llora por el árbol. Durante unos segundos todo parece congelado. La sierra mecánica incrustada y quieta en el tronco derribado, como si lo hubiera estado mordiendo hasta ser pillada in fraganti. El trabajador algo absorto y con una rodilla en el suelo mirando al niño llorar. Una madre con una hija en cada mano se queda parada como si fuera la estatua de un parque junto al tocón envuelto en serrín. Otro trabajador mira por la ventanilla del camión que se llevará los restos del árbol, como en esas ocasiones en que nos quedamos con la mirada fija en nada y no podemos mover la cara hasta que pase algo. El árbol caído, indefenso como un niño solo que ha tropezado al cruzar la calle. El niño en pie, firme como un árbol que no sabe que también es madera, papel.

El padre al fin tira del niño hacia el coche para llevarle a casa de su madre. Sólo entonces la normalidad continúa y la gente pasa. Para el niño, en cambio, el horror se ha consumado. Mientras entra en el coche y se sienta en su sillita infantil el crío no deja de bombardear con sus reproches al padre. ¿Qué mundo es éste en el que se mata a alguien porque molesta o porque cuesta dinero salvarle? El padre decide no responderle que sólo era un árbol y opta por abrazar al hijo que está aprendiendo a ser mayor, a su pesar.