No sé si seis mudanzas en nueve años dan para un máster, pero algo de esto entiendo. No hay que firmar una hipoteca o la doble página de un periódico para saber quién sufre de verdad un traslado. De Cádiz a Granada, de Granada a Málaga, de Fuente Olletas a Ollerías, de Ollerías a Huelin, y ahora esta. En una mudanza no es que salga lo peor de cada uno, pero al menos sí asoman la cabeza pequeños instintos, empezando por ese pequeño Diógenes que todos llevamos dentro. «¿Cuándo demonios me compré yo esta chaqueta? ¿Y por qué? ¿Para qué quiero yo un hervidor de agua? ¿Dónde estará el tupper redondo? Verás tú mi madre...» Si les toca alguna de estas frases o algunas similares, tranquilícense. Son personas normales. Cajas, recuerdos, cables, cubertería, toallas, vasos, platos... y mucho periódico, el papel de burbujitas de las empresas familiares. Un mal trago de dos, tres días, a veces una semana, que se pasa cuando se deja atrás el olor del cartón para dormir la primera siesta en el salón, ver la primera serie o, y yo soy de esos, estrenar el cuarto de baño en soledad, con parsimonia y sin prisas, y con la sensación de sentir que, en efecto, ya estamos en casa. Un traslado laboral no tiene mucha diferencia. Cada uno lo lleva como sabe, como quiere o como le dejan. Salvo que hayan pasado esta última semana por la calle Granada, quizá ni se hayan enterado aún de que les escribimos desde hace días entre cajas, ajustando la altura de la silla, el brillo de la pantalla o la temperatura de la calefacción; descubriendo los nuevos pasos que nos alejan de un museo para acercarnos a otro, algo que no es difícil en Málaga, claro; e imaginando cómo será esa próxima Semana Santa sin invitados en los balcones (y eso que tenemos unos pocos ahora) y sin petalada cuando asome un trono por la doble curva de Echegaray o ese Carnaval de 2019 sin murgas cantando justo debajo de la redacción. La vida del centro se sigue colando por las ventanas, aunque sin la aceitosa pringue procedente de las ya lejanas freidoras. Y el sol que atrae a tantos y tantos turistas a la Costa del Sol se cuela en la oficina con las ventajas que da la altura de un tercer piso pero con tanta fuerza que algunos tienen que entornar los ojos y media persiana. Ventajas e inconvenientes. Antes y ahora. Seguirán pasando cosas, y las seguiremos contando. Antes, ahora y siempre. ¿Qué más da desde dónde las contemos?