El teléfono móvil o teléfono inteligente (smartphone) ha pasado de ser un mero artefacto tecnológico a ser un instrumento con gran impacto cultural y social, hasta el punto de que está cambiando nuestra forma de vivir. Nos resulta muy difícil encontrar el equilibrio entre el móvil como accesorio y el móvil como forma de vida.

La tecnología está dejando de verse como un instrumento para someter el mundo; ahora es presentada como arquetipo para el hombre, hasta el punto de otorgarla una dimensión salvadora.

Cuando se olvida que la técnica es para el hombre (y no el hombre para la técnica); cuando los recursos tecnológicos dejan de verse como un medio para convertirse en un fin, se crea una dependencia personal que suele acabar en adicción.

El uso del móvil tiene algunos efectos contradictorios. Junto con la gran posibilidad de comunicarnos con cualquiera en todo momento, nos puede aislar y hacernos solitarios.

El problema de los “móvil-dependientes” no es el móvil en sí mismo, ya que es una herramienta que se puede utilizar bien o mal, sino su mal uso. Quien tiene señorío sobre el móvil crece en libertad; en cambio, quien vive pendiente del móvil se convierte en su esclavo.

El móvil es ya una prolongación de nosotros mismos, de nuestra identidad, y no sólo en la edad adolescente. A muchas personas les acompaña a todas horas y en todos los lugares, incluso en la cama, en el baño, en el auto y en el comedor; son quienes están siempre pendientes del aparato, esperando cualquier señal.

No separarse nunca del móvil se considera ya un comportamiento “normal”. Por el contrario, quien decide consultarlo sólo en determinados momentos, es visto como raro e incluso se le reprocha que haya atendido un mensaje intrascendente con media hora de retraso.

El gran atractivo del móvil por parte de los adolescentes es que ofrece una supuesta respuesta a su necesidad de seguridad y aceptación en el grupo de iguales. Creen que con el móvil es más fácil ser acogido y tener amigos. Esta creencia está reforzada por una publicidad que presenta el móvil como un instrumento de independencia y liberación.

La dependencia moderada del móvil se convierte en adicción cuando pasa a ser una reacción compulsiva y repetitiva. La adicción al móvil genera una conducta irreprimible que nos impele a dejar otras actividades, especialmente la lectura, la conversación y la convivencia familiar. A diferencia de otras adicciones, la edad en la que empieza esta adicción sin sustancia es muy baja.

Muchos padres se sienten más tranquilos si sus hijos tienen un móvil desde los 12 años para poder llamar o ser llamados cuando están fuera de casa. Para esos padres ese argumento es suficiente; no les preocupa el posible mal uso del aparato.

Los adolescentes y jóvenes “móvil-dependientes”, sufren malestar físico y psicológico ( ansiedad, palpitaciones y sudores) cuando olvidan el móvil en casa. El miedo irracional a salir de casa sin el smartphone ha sido bautizado como “Nomofobia”. El término proviene de la expresión inglesa “no-mobile-phone phobia”.

Los expertos hablan de la Nomofobia como la nueva enfermedad del siglo XXI. ¿Cuál es el perfil del nomofóbico? Es el de una persona sin autoconfianza, con baja autoestima y carente de habilidades sociales.

Aunque los adultos también pueden sufrir este trastorno, son los adolescentes quienes tienen más probabilidad de padecerlo; se debe a que desde pequeños pasan muchas horas conectados. Son "nativos digitales".

Los adolescentes actuales han nacido rodeados de un medio digitalizado. No conocieron la época en la que las cosas se hacían con técnicas que hoy se consideran primitivas. No pueden imaginarse otras formas de comunicación que no sean las virtuales. Esta predisposición favorece que pasen fácilmente del uso al abuso, especialmente en la tablet y en el móvil, lo que suele repercutir negativamente en el rendimiento escolar.

La prevención educativa de esta adicción debe hacerse desde edades tempranas. No se trata de prohibir por sistema a los hijos el uso de los smartphones, sino de explicarles la importancia de su uso correcto. Ayuda mucho vivir las nuevas tecnologías en familia.

Como los hijos tienden a imitar las conductas de los padres, es fundamental predicar con el ejemplo. A los padres compete anteponer la convivencia familiar al uso de las TIC; fijar para ellas un tiempo límite cada día; fomentar actividades de ocio saludable (juegos deporte, lectura…); ayudarles a desarrollar una correcta autoestima y habilidades sociales que les permitan el desarrollo de buenas relaciones interpersonales.

* Gerardo Castillo Ceballos es profesor de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra