Dicen que si metes a una rana viva dentro una olla con agua fría y empiezas a subir la temperatura del líquido poco a poco, el animalillo no reacciona y acaba pereciendo. Por el contrario, si la echas directamente en una cazuela con agua caliente, salta de forma instantánea y escapa de un destino fatal. Algo semejante sucede con la libertad de expresión. Es mucho más fácil aceptar la censura y la represión si empieza a manifestarse mediante episodios aislados y anécdotas dispersas. Una obra de arte por aquí, un libro por allá, unas canciones por acullဠAsí es como se va ahogando el pensamiento crítico y la transgresión, con pequeñas intervenciones. Si no reaccionas desde el principio, llega un día en el que el clima de miedo y desconfianza es tal que sólo te atreves a hablar en voz alta de flores, cachorros y tu marca favorita de cereales.

Una se cree que a estas alturas de la película no hace falta explicitar algunas cuestiones, pero, por si acaso, aquí va un amistoso recordatorio: defender la difusión de un producto cultural no implica que te guste su contenido. Ahí radica la gracia de la libertad de expresión (que tiene sus límites, sí, pero amplios y excepcionales). Copón bendito, que es que si nos tenemos que poner ahora a repasar conceptos democráticos básicos estamos apañados. Para este viaje no hacían falta alforjas. ¡Que es que no nos movemos del siglo XVIII y así no se puede!

Por otra parte, estar de acuerdo está muy sobrevalorado, resulta mucho más enriquecedor y divertido conocer opiniones que habitan tus antípodas ideológicas, dejar que otros te confronten contigo mismo y te remuevan un poquillo las entrañas. Precisamente por eso, el objetivo fundamental del arte no es decirnos lo guapos que estamos hoy y los listísimos que somos. El arte no es nuestra iaia.

Pasan los años, pero, afortunadamente, los censores siguen siendo bastante torpes. A nivel ideológico, reprimir la creación artística es deplorable, pero, además, en tiempos de Internet constituye una estrategia absurda. Retiras una obra de arte contemporáneo de una exposición y las fotografías de dicho trabajo acaban inundando los medios de comunicación y las redes sociales. Secuestras un libro sobre narcotráfico que lleva años siendo comercializado y se convierte en número uno en ventas. Condenas a un rapero a tres años de cárcel por enaltecimiento del terrorismo y se le multiplican los conciertos.

Claro, es que esta gente se pone a reprimir por encima de sus posibilidades y la jugada no acaba teniendo el efecto avasallador esperado. La censura convertida en involuntaria estrategia de márketin. Ups, qué lástima. Menos mal que como sociedad conservamos aún la chispa suficiente para plantar cara a la mordaza. Ya sea por defender la libertad, por curiosidad, convencimiento político o puro morbo, incluso por llevar la contraria.

El terror casi siempre viene de la mano de una cultura blanda, cómoda, aduladora y conformista. Una cultura débil con el fuerte y fuerte con él débil. Que se limita a hablar de los colores óptimos para pintar nuestro corazón (yo me pido fucsia y aguamarina clarito) y del orgullo que sentimos porque en nuestro país hace sol. No podemos aceptar ese descenso a los infiernos de la tibieza. Ante la duda, hay que saltar de la olla.