Mariano Rajoy descarta abordar una crisis de Gobierno y sólo cambiará a De Guindos. A este hombre le gustan menos los cambios que a un conservador de museos.

Dicen algunas fuentes que dirigentes de su partido lo están instando a que aproveche la ocasión y remodele el gabinete, para darle así un mejor impulso político ahora que Ciudadanos avanza en los sondeos y en la apreciación popular. No descarten que los que lo impulsan a hacer cambios quieran ser ministros. Tampoco es descartable que nadie lo esté instando o impulsando a nada, dado que las reuniones de las ejecutivas y direcciones de los partidos (cuando está el jefe delante) suelen tender al silencio y a los monólogos condescendientes escasamente discrepantes o levantiscos. Adiós a las aspiraciones de los subsecretarios.

En este momento hay un ministrable mirando el teléfono como el que mira la imagen de un santo aguardando un milagro. Rajoy no llama. El Congreso ha reprobado, o reprochado, o puesto a caer de un burro, a cuatro ministros, Dastis, Zoido, Catalá y Montoro. Eso no afecta al presidente, no los debe ver desgastados. De hecho, es probable que no pocos de ellos quieran que los reprueben: resulta una garantía de supervivencia. Los ministros respiran. Quedarán en sus puestos. Eso parece. La lotería ministerial se reduce a una pedrea mínima: la cartera de Economía. No se atisba que sea un chollo y sin embargo sobran aspirantes.

De Guindos se ha hecho un porvenir el hombre, allá a Fráncfort marchará, a coger frío y sueldazo. La principal misión del Banco Central Europeo, que vicepresidirá, es mantener los precios estables en la eurozona. No así los salarios de sus directivos, que van subiendo y son tendentes a proporcionarles unas obispales existencias. De Guindos emigra a Alemania, como tantos españoles antaño. Él va con mejor traje y sin hatillo, políglota y sin hambre, a mandar y no de proleta, que es como viajaban al país teutón los del «Vente p´Alemania, Pepe». O sea, somos ya una nación avanzada. Para unos más que para otros.

Tal vez Rajoy, pensando en Luis de Guindos, opine como las viejas en los entierros: «Ay, siempre se van los mejores». Es opinable.