Decía Chesterton que no hay reglas en la arquitectura para construir un castillo en el aire. Sin embargo en Málaga - que somos muy de castillos en las nubes, hechos de la misma materia que los sueños, las encuestas y las infografías- sí tienen una regla fija: la figura del Arquitecto.

No hay proyecto emblemático que no venga de la mano del Arquitecto - cada uno, como a su Dios, le reza al que más le gusta - hasta el punto de que trasciende su divinidad y pueden ser vistos como seres de carne y hueso, alejados de las pasiones terrenales y humanas, esforzados por mejorar nuestra vida y nuestra ciudad, a veces incluso en contra de nuestro primer impulso, nuestra cortedad de miras, nuestros extraños apegos.De cuando en cuando debe ejercer la didáctica de lo bueno, explicando a los ciudadanos no sus porqués, sino los porqués, aun siendo tan evidentes, asomándose a tribunas públicas y apuntando en la pizarra todo lo bueno que el castillo tiene, con letra muy clarita, a veces con imágenes, como aquellos murales que hacíamos en el colegio explicando el ciclo del agua o los tipos de volcanes.

Podría parecer mentira pero, incluso con tanta entrega y tanto esfuerzo, hay ciudadanos que no lo entienden. Siempre pocos, es cierto, normalmente movidos por a saber qué intereses malignos y acurrucados en eso que llaman redes sociales que no es otra cosa que el corralón virtual, haciendo un molesto ruidito que a veces se percibe a pesar del aplauso con altavoz de la tribuna. En fin, son esas cosas de la democracia y, de la misma forma que para que haya héroes es necesaria gente que aplauda, para que los proyectos fructifiquen es bueno que haya incluso su poquita de controversia. Porque, al final, el proyecto sale. El Arquitecto prevalece: es lo que hay. El que se quiera quejar, ahí tiene las urnas cada cuatro años, para dar y quitar razones.