Algunas de las mujeres más hermosas que he visto en mi vida las he hallado en un museo. Para encontrarme con ellas he recorrido mucho mundo, no siempre cómodamente. Fui hasta Berlín para ver de cerca a Nefertiti y comprobar que, efectivamente, cada día que pasa su belleza aumenta y es serenamente altiva su mirada, y a Viena para enamorarme del encanto primario, magnético y sólido de la Venus de Willendorf. A los museos hay que ir así, como quien va a un santuario a comulgar con sus dioses, a confirmarse en esta religión de la cultura y el placer estético, no a cubrir las rotundidades de una criatura hermosísima y libre de pecado porque ofende no sé qué cerrazón, que estupidez o qué locura.

Sin embargo, a mi adorada Venus austríaca la acaban de censurar por su desnudez en Facebook, una red social que es especialmente sensible a los desnudos pero que no pone trabas a la exhibición impúdica de la violencia, que es absolutamente más sucia, más repugnante y muchísimo más perniciosa.

Vivimos tiempos confusos, tan confusos que es necesario andar por ahí explicando lo evidente. Se nos ha venido encima, como una inundación de cieno, una sombra de puritanismo que nos está haciendo retroceder varios siglos. La censura, en todas sus formas, se está adueñando de nuestras vidas ya casi sin remedio. Un día son una fotografías en una feria de arte, otro las letras de un rapero y así, a pasos con botas de siete leguas, vamos perdiendo terreno en nuestras libertades cívicas hasta el punto de que produce una cierta inquietud mostrar la opinión, porque se arriesga uno a ser desollado casi literalmente.

Pero esta neoinquisición contra todos los que no encajan en las estrechas costuras de lo políticamente correcto, de lo considerado pecaminoso u ofensivo por alguna religión o de las normas morales que haya establecido como inviolables algún grupo ideológico (que, en la mayoría de los casos, para pasmo absoluto, dice situarse en el ámbito de la izquierda y la progresía), viene además con retrovisor y marcha atrás, y se está haciendo un proceso revisionista de toda la historia del arte a fin de encontrar y depurar (ya sabemos qué significa esto) cualquier obra en la que haya el más mínimo indicio de incorrección moral, política o religiosa.

Ante esta oleada puritana y fascistoide que está poniendo sus sucias miradas en el arte y en la libertad no queda más que la resistencia, el enfrentamiento, la lucha abierta, antes de que nos amordacen y solo nos quede el silencio para responder.