Cada vez tengo más claro que la sociedad actual propugna individuos que asumamos la falta de identidad y que la cultivemos hasta la despersonalización sensu stricto. Julio Cortázar describió magistralmente en Rayuela lo que quiero decir, y lo hizo refiriéndose a su protagonista, Lucía, ´la Maga´, cuando nos contó que ésta en aquellos días de vino, de rosas y de surrealismo a tutiplén se desenvolvía en determinados ambientes del Boul´Mich´ «como un caballo de ajedrez que se movía como una torre que se movía como un alfil».

En este sentido, uno ve y escucha a nuestros salvadores patrios (estatales, autonómicos, provinciales y municipales), y a los aspirantes lampantes por tan magnos oficios, y no puede remediar la desgana abundante, la incredulidad creciente, la inquietud copiosa y el hastío ensanchado, por la descarada manera sui generis con la que juegan al ajedrez del buen gobierno sobre el tablero de sus responsabilidades, a base del artificio de remedar a la Maga de Rayuela, es decir, como caballos que se mueven como torres que se mueven como alfiles, y viceversa en todos los sentidos posibles. ¿Viento del norte?: caballo disfrazado de alfil. ¿Viento del sur?: alfil disfrazado de caballo. ¿Viento del este?: torre disfrazada de alfil. ¿Viento del oeste?: alfil disfrazado de torre... Sencilla y literalmente inaceptable. ¿Podría alguien fiarse de un caballo que se mueve como un alfil o de un alfil que se mueve como una torre para jugar al ajedrez del buen gobierno?

El sistema para el progreso europeo es, cada vez más, un trabalenguas aspirante a constructo inconcluso con vocación de eternidad ortopedizada a rumbo de colisión con la persona, que, a todas luces, debiera ser el único objeto verdadero del buen gobierno, pero que no lo es. Pobre Erasmo, si el hombre levantara la cabeza...

Gobiernos, instituciones públicas y privadas, y ciudadanos, todos, estamos desnortados por el persistente ensayo de una misma vetusta comedia, que ya es tóxica. En realidad, es como si alguna pócima mágica nos hubiera condenado a retrotraernos y quedar prisioneros en el papel del personaje del labrador en El gran teatro del mundo de Calderón de la Barca: «Aun una comedia vieja / harta de representar, / si no se vuelve a ensayar / se yerra cuando se prueba. / Si no se ensaya esta nueva, / ¿cómo se podrá acertar?». Y aquí estamos nosotros, todos, gobiernos, instituciones públicas y privadas, y ciudadanos, casi cuatrocientos años después, ensayando una y otra vez nuestra alienante valetudinaria comedia que cultiva nuestro rasgo narcisista, mientras nos acariciamos el ombligo para suicidarnos de éxito despendolado.

Nunca he escrito de turismo durante la celebración de las grandes ferias, pero hoy voy a hacerlo aprovechando el inicio la 52ª edición de la ITB de Berlín, así que cambio el tercio a vuela pluma para referirme a las instituciones puramente turísticas y a nuestro sistema turístico para el progreso. Aludo a nuestra Andalucía y nuestra Costa del Sol: ¿qué hay de realmente nuevo hoy en nuestras intenciones en esta feria turística más allá de los embelecos malabares con los porcentajes aspiracionales de crecimiento? Nada. Seguir institucionalmente actuando cuasi exclusivamente sobre la promoción es perpetuar el error. Todas las instituciones públicas dedicadas al turismo están obligadas a involucrarse en la gestión global de los destinos. Las empresas públicas de turismo, los patronatos, las consejerías, las concejalías... que pretendan seguir buscando la piedra filosofal en la promoción, sin intervenir en la oferta, en las calidades y en la gobernanza con mayúsculas de los destinos turísticos, se perpetuarán en la ineficiencia que ya viene mostrando sus credenciales en todos y cada uno de nuestros destinos andaluces.

Insistir en la inepcia del blablablá sobre la estacionalidad sin intervenir en la vigilancia de los límites de carga y crecimiento para que el punto de equilibrio de cada destino no se vea afectado, es otra irresponsabilidad. Aceptar que nuestros más de sesenta años de veteranía turística no nos han servido para, entre otras cosas, soltarnos del clavo ardiendo del error del monocultivo del turismo como la piedra de toque del empleo, es, como poco, una flébil realidad. Ningún monocultivo aguanta para siempre jamás. Ni el turístico.

El papel de las instituciones turísticas, lo repito, también es leer atentamente a Mario Quintana: «El secreto no está en corretear detrás de las mariposas, sino en cuidar el jardín para que ellas vengan a ti...»