De las nueve películas que optaban al Oscar, cinco tienen a una mujer como protagonista; incluida la ganadora, La Forma del Agua, el espaldarazo fantástico a un grupo de perdedores, que no derrotados, por el que también se ha llevado el director Guillermo del Toro.

De las cuatro películas restantes, una de ellas es tan bélica e histórica, Dunkerque -esa inmersión en fuel mar y sangre a la que somete al espectador Cristopher Nolan-, que no tenía mucha opción a tener a una mujer como eje y motor del argumento. Otra, Call me be your name, una delicada historia de amor entre dos hombres a la helénica manera, no podía cambiar el género de sus dos protagonistas. El instante más oscuro, la película que le ha servido al actor Gary Oldman para llevarse el Oscar -una historia que sirve al espectador para comprender el momento de la Segunda Guerra Mundial que cuenta Dunkerque-, sólo podía tener a Winston Churchill como protagonista, no a Winstona. De la misma manera que La dama de hierro, la película de 2012 que recordaba a Margaret Thatcher (dirigida por una mujer, Phyllida Lloyd), no podía tener a un Margarito de prota. A propósito, esa película la protagonizaba una soberbia Meryl Streep, quien también protagoniza la nominada Los Archivos del Pentágono, de Steven Spielberg, en uno de los personajes de mayor pegada feminista sin pancartas que conozco. Potente fue el ejemplo real de la editora del Washington Post, Katharine Graham, en una sociedad con un machismo aún más acendrado que el actual cuando ocurrieron los hechos que narra la película, en 1971.

Merece la pena hablar un pelín de Graham. A esta mujer le dio un vuelco su tranquila existencia de señora de su señor cuando su marido, contra pronóstico, se suicidó en su casa, en 1963, y de él, sin comerlo ni beberlo y sin estar preparada para ello en un mundo poco proclive a aceptar a una mujer a la cabeza de un consejo de administración, hereda el periódico, un negocio no precisamente fácil. Sin dejar de compartir el salón contiguo con las demás amas de casa cuando había invitados a cenar, mientras los hombres que fumaban y hablaban de ´sus cosas´ en la habitación de al lado, tomó las más difíciles decisiones imponiendo su condición de persona y jefa a quienes sólo la veían como mujer de y nunca suya propia. Como merece la pena, por supuesto, recordar hoy a aquellas trabajadoras que tuvieron la fiera valentía de ponerse en huelga, aquel otro 8 de marzo de 1908. Ardieron todas en la incendiada fábrica Cotton de Nueva York junto a las telas de color malva que estaban tejiendo, desgraciadamente, para la Historia.

Tan sólo la última de las películas nominadas no tienen claramente a una mujer de protagonista, Déjame salir, en la que el yerno negro es secuestrado por sus suegros blancos. Pero es relevante que la historia que, ingeniosa y provocadoramente, cuenta, hable de otra desigualdad que se resiste a desaparecer, la racial.

Así que, es verdad que en la Iglesia no hay mujeres sacerdotes ni obispos, pero el cine puede ser ya una cura para la iglesia.

Feliz 8 de marzo, compañeras de vida. Hagáis huelga o no.