La Real Academia Española define cultura como el «conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico». No sabemos si era exactamente esto lo que rondaba en la cabeza a quienes promovieron la fallida candidatura malagueña a Capital Europea de la Cultura y la proliferación museística que esa iniciativa propició, aunque es de temer que su objetivo fuese más bien el de atraer turistas. En ese sentido se puede estar satisfecho de los logros alcanzados por el impulso de la Administración, pero la autocomplacencia no debe hacer olvidar esa conciencia crítica que, como ya sabemos, es la meta de lo cultural. Afortunadamente, en el magma homogeneizador que es hoy el centro urbano quedan islas de creatividad que sirven de sano contrapunto a esta tendencia. La Casa Invisible es desde 2007 un foro alternativo que, si no existiese, alguien debería haber inventado. En los tiempos del pensamiento único no es necesario estar de acuerdo con todo lo que en ella se diga para defender el derecho a que se diga, y si arrastraba el pecado original de la ocupación, éste quedó redimido desde el momento en que la propiedad -el Ayuntamiento de Málaga- se avino a su cesión, justificada en la evidente utilidad pública de un programa de actividades que ninguna otra entidad de la ciudad ofrece. Hay precedentes: el Ateneo, otra valiosísima e independiente referencia cultural, fue objeto de la cesión directa del edificio que hoy es su sede, el cual fue rehabilitado mediante la creación de una escuela taller creada al efecto y financiado por subvención estatal. La Invisible se autofinancia.

Pero todo puede desmoronarse si se lleva a cabo el expediente de desalojo que ya se ha iniciado. Hoy sábado hay una manifestación convocada bajo el lema «En defensa de la Invisible». ¿Será escuchada? Málaga necesita como nunca desarrollar su juicio crítico.