Fue un día magnífico. No son únicamente las cientos de miles de personas que se manifiestan en las capitales españolas y los cinco millones de mujeres (y hombres) que realizaron paros de varias horas en sus centros de trabajo. Es que es una protesta envuelta por una intensísima simpatía, por una complicidad triunfal, por una convicción ampliamente compartida. Leo que alguna analista - por otra parte muy respetable y casi siempre interesante - proclama para explicar su rechazo a la huelga que si nunca ha permitido que un hombre hable por ella, no tolerará que lo haga una mujer. Una tontería indigna de una persona tan inteligente. En una manifestación nadie pretende hablar en nombre de nadie. Una manifestación no es un secuestro punto menos que terrorista de la identidad individual, sino una suma de voluntades para denunciar y reclamar algo en común. Es llamativo que lo que ya no consiguen los sindicatos ni los partidos políticos lo conquiste una potente corriente de opinión intensificada por el hartazgo de las mujeres de clases medias -- la crisis ha intensificado la feminización de la pobreza y la brecha salarial --, por la bestialidad de la criminalidad machista y por un conjunto de noticias y denuncias impactantes, todo servido a través de las relampagueantes redes sociales. La madurez organizativa de las organizaciones feministas ha hecho el resto. La demanda feminista ha conseguido el triunfo del jueves que también contrasta con la debilidad de otras críticas y reivindicaciones progresista por su capacidad para internacionalizar la protesta. Y encierra una lección a las izquierdas. Las mujeres responden porque se sienten agredidas, marginadas, maltratadas política, laboral o culturalmente. Es un rechazo transversal que recorre sectores sociales - científicas, oficinistas, limpiadoras - y edades - pibas universitarias o ancianas con una pensión de viudedad miserable. En esa transversalidad está la clave para recuperar una alianza entre sectores socioprofesionales y opciones culturales e ideológicas diversas en un proyecto compartido de reforma política y social. Solo hay que ver. Y escuchar. Y comprobar que ese producto político averiado que se vende en el mercado como la cocacola - la resignación y el conformismo - puede quedarse y pudrirse en la estantería