Hace medio siglo, en el tramo final del franquismo, y aprovechando un breve reflujo de la represión, empezaron a florecer clubes culturales impulsados por la izquierda clandestina, en especial por el Partido Comunista. Nacieron para lo que nacieron, pero hicieron cultura de verdad (si es de verdad nunca falta la política), y miles de personas se ilustraron, tomaron conciencia y, por agregación, fueron formando uno de los sustratos del cambio a la democracia. Los promotores de estos inventos, muchos con militancia secreta, aprendieron a mover las aguas en ciudades y barrios, creando una red de cultura popular. La Asociación de Amigos de Mieres hizo ese arriesgado apostolado laico en el corazón de una de las cuencas mineras y celebra ahora su 50 aniversario. Los jóvenes airados de hoy deberían mostrar gratitud a quienes llevaron a cabo esta hazaña cuando llovía de veras y no había paraguas.