La fiabilidad de los sondeos demoscópicos hace tiempo que está en entredicho y, sin embargo, es el único alpiste que consumen los partidos. No hace todavía demasiado las encuestas de opinión solían publicarse acompañando a las campañas electorales o en momentos puntuales de gran repercusión social. Ahora, entre sondeo y sondeo, apenas transcurren unas semanas; ha cambiado el orden de los factores: no son los hechos los que guían las tendencias, sino más bien el reflejo de estas el que trata de influir en una opinión pública que ha dejado de encontrar en los partidos un aglutinante de su voz y sí en lo que los encuestados piensan de ellos. Ciudadanos, al parecer, está ganando la batalla de esa percepción pública, o lo que es igual del desgaste anímico en relación a la política. Podemos, la otra fuerza que vendió la batalla contra el bipartidismo, ha dejado de ser una novedad por el empeño incomprensible de la izquierda en acercarse a los nacionalistas. El PSOE, cuando se aleja de ellos, despunta; en el momento en que se muestra equidistante se desploma. El Partido Popular ha empezado a notar seriamente el desgaste del poder, en gran medida por un acusado reflejo de inacción. El partido de Rivera crece aparentemente una enormidad porque, al contrario del resto, no se ha expuesto tanto al vértigo y exhibe de manera menos ambigua las cuatro consignas generales sobre España más comúnmente aceptadas frente al desafío independentista, sin proyectar, además, una imagen degradada como sucede con el PP. El problema es que con fogonazos demoscópicos cada quince días es muy difícil pronosticar cómo estaremos dentro, por ejemplo, de un año. Ni siquiera resulta fácil adivinar de qué forma se comportarán las tendencias que arrastran la opinión, en las próximas semanas. La opinión es voluble, porque en realidad casi nadie está seguro de lo que quiere. En Italia, después de varios amagos, le han propinado una patada al caldero. Aquí, los sondeos se lo están pensando.