Detrás de cada palabra hay un misterio. Recuerdo cómo las primeras veces que escuche ´paparrucha´ la interpreté como el nombre de un pájaro. Y así fue durante mi primerísima niñez. Obviamente, jamás vi una paparrucha, ni volando ni aterrizada. Recuerdo cómo, para mí, decir o hacer paparruchadas equivalía a imitar a un desconocido pájaro que entonces, como ahora, medio mundo imitaba para que el otro medio lo censurara. La paparrucha, como vocablo, era moneda de cambio entre los adultos, entonces. Ay, las modas... Con el tiempo, las paparruchas permanecieron silentes en la letra pe de los diccionarios. Un despropósito, porque paparrucha es una palabra hermosa y rotunda como su erre. Para el que escribe es doloroso que las palabras caigan en el alzhéimer asesino de las modas. Las palabras son la historia de la humanidad.

Aquellas paparruchas aladas de mi primera infancia volaron...

--Toc, toc, toc... Soy el cartero y le traigo las definiciones de paparrucha. Se las remite el conocimiento, para su uso de usted...

Desde aquel día las paparruchas dejaron de ser aquellos pájaros invisibles de mi imaginación de otrora. Y tanto me gustó que me enamoré de la palabra. Aún hoy sigo viendo la coyunda de su fonética con sus significados como una sinfonía digna del mismísimo Mozart.

Convendrá conmigo, generoso lector, que la necedad, la bobada, la estupidez, la gansada, la majadería, la sandez, el desatino, la insustancialidad, por una parte. Y, por la otra, el bulo, la mentira, el rumor, el infundio, la patraña, el chisme, la hablilla, el cuento, el comadreo, la murmuración..., se engrandecen con la sonoridad, llana y coloquial a la vez, de una sentencia a tiempo: ¡Pa-pa-rru-chas...! Genial, simplemente. Paparrucha es una palabra certera y proficua, sin lugar a dudas. Lástima, repito, que siga hundiéndose en el olvido insondable.

Con la paparrucha el homo sapiens hizo manitas desde el principio de los tiempos. Así que, cuando el fenómeno del turismo llamó a nuestra puerta, los sapiens ya éramos unos expertos en paparruchas y chafallos varios. Las paparruchadas turísticas de los principios fueron colección las veinticuatro horas del día, porque el turismo, como actividad profesional, tampoco dormía entonces. Lo de las paparruchas, en aquel tiempo, era cosa cotidiana y disculpable, porque, cuando se emprende un oficio nuevo y complejo como el turismo, todo está por descubrir. Ojalá que todo hubiera quedado solo en aquello, en el inevitable error del aprendiz, pero no fue así...

Los homo sapiens de entonces, durante casi setenta años evolucionamos hacia el homo turisticus de hoy, un ser tan especializado que, incluso en la búsqueda e implementación del malparido constructo ´inteligencia turística´, brilla con luz propia por su apego a las recurrentes paparruchadas turísticas. Los homo turisticus, en su estado actual, parecemos considerar el éxito de los destinos turísticos como la mismísima hipóstasis de lo eviterno. O sea, la demostración de aquello que habiendo nacido nunca morirá. Pensar así en nuestros inicios era una simple paparrucha infantil disculpable, pensarlo ahora, más de sesenta años después, es una paparrucha de chochez turística inaceptable.

Cada periodo de éxito nos mató un poco. Envejecimos con más cemento y menos sostenibilidad. Con más oferta sin atención al punto de equilibrio global de los destinos y sin control real sobre el precio, que demasiadas veces ha sido la única moneda de cambio de los agentes de la intermediación, que son los verdaderos reyes de la baraja. Envejecimos con nula capacidad sustentable de previsión y, así, anteayer nos empitonó el toro de los mercados turísticos, el de la eclosión de los destinos turísticos... Ayer el de los segmentos especializados, el de la estacionalidad... Hoy nos empitona el de la turismofobia, el de los alquileres turísticos... Y siempre nos ha empitonado el de la sostenibilidad.

La historia del turismo en la Costa del Sol, Andalucía y España es una lección magistral de lo bien que sabemos experimentar los hechos (reactividad) y de nuestra nula capacidad para preverlos (proactividad).

Seguimos, como cuando éramos púberes turísticos, ´fabricando´ destinos para el cliente a costa de despreciar nuestra propia esencia, que es el único atributo perpetuo que nos distingue, y no contando con la sociedad de acogida en nuestros destinos, que es parte troncal de la sostenibilidad y la gobernanza.

Somos la suma de las paparruchas de los púberes turísticos de antaño y de las paparruchadas de la chochez turística de hogaño. Un prodigio...