Está más permitido que nunca prohibir y menos censurado que otras veces censurar. En ese sentido no vivimos en el mejor de los tiempos modernos, en último caso es un tiempo plagado de histeria inquisitorial en nombre de la corrección política, gracias en buena medida a una manifiesta deformación de las meninges. Por ejemplo, unas feministas sacan a relucir un decálogo de la estupidez que anima a prohibir el fútbol en los patios de los colegios por considerarlo un juego machista. Las mujeres también le pegan patadas al balón, pero eso no parece ser relevante. Según el mismo decálogo, Neruda debería erradicarse de las lecturas recomendadas de las escuelas por sexista, y estas deberían incluir en la enseñanza igual número de filósofas que de filósofos.

También, por supuesto, de escritoras que de escritores. La misma cantidad de libros firmados y protagonizados por ellas que por ellos, en las bibliotecas. Sin otro criterio que el de la misoginia descontextualizada de la propia historia. Es un despropósito talibán tras otro. Con esta especie de manía inquisitorial que florece como los hongos no se trata de educar sino de imponer, no de sugerir la inclusión de escritoras que pese a su interés no figuran en los planes de estudios, igual que sucede con tantos escritores varones, sino de excluir prohibiendo con el fin de obtener una paridad tan artificial como necia para los lectores que se abren paso en la literatura.

Del mismo modo que se busca tapar los desnudos de las pinturas de los museos apelando de modo cerril a la cosificación las mujeres o al mal gusto. La misma consideración que tuvieron los nazis con el ´arte degenerado´. La nueva inquisición da miedo.