Se llama Gabriel, mi niño. No hacía falta -lo sé, lo sé- esa coincidencia en nombre y esa escasa diferencia en meses de edad con el niño de Almería para que cualquier padre o madre o persona se sobresaltase, como yo, cada vez que en las noticias hablaban del último niño desaparecido. Pero el nombre de mi hijo, por primera vez en los oídos de su familia, adquirió una resonancia que hasta este suceso no tenía?

¿Debate?

Caminaba por el parque, en el centro de Málaga, oyendo la radio, y volví a oír el nombre de mi hijo en el Congreso, en boca de un parlamentario no sé bien con qué calentón encima. Porque nadie en ese debate de anteayer sobre la prisión permanente revisable tenía motivos reales para tanta rabia, excepto quienes con el corazón que les quedaba lo seguían desde lo alto del hemiciclo, en la zona de invitados. Esos padres y madres a quienes han asesinado la vida, al margen de su dolor y su vacío ya y su absurda pero dolorosísima sensación de tener que hacer algo todavía que no pudieron hacer por el hijo muerto, merecían otro debate. Al margen de que se les diese la razón o no en el cambio penal que piden. Esto anda mal.

Desbocados

No están mejor que nosotros, en España, digo, quienes han votado casi tan sólo dos opciones radicales y opuestas en Italia; ni en Francia, que se las vio al fin en segunda vuelta con Marine Le Pen; ni en Austria, que a punto ha estado en las últimas elecciones de reeditar la sombra de su pasado durante el nazismo; y para qué hablar de a quién votaron en EEUU como presidente o cómo se presentan mañana las elecciones peculiarmente democráticas en Rusia, en fin. Pero señalar en algún momento de ese debate a los familiares heridos para decirle al adversario político que les explique a ellos su negativa a ampliar la condena, por un lado; o referirse al ministro Zoido como alguien «capaz de mancillar un gesto maravilloso de la madre para colarse en la catedral donde se estaban realizando las obras fúnebres por el pequeño», en alusión a la presencia del ministro en el sepelio por el niño de Almería, ha hecho saltar las alarmas de lo moralmente soportable. De dónde les viene ese guerracivilismo a algunos señores diputados que casi nadie ya siente en la sociedad española.

Maldad

Convivimos con la maldad. He tardado en aceptarlo. No es algo maniqueo ni infantil, los criminólogos lo saben. Hay cerebros incapacitados para sentir pena, al menos, por el otro. Por tanto, en sus estrategias vitales no sienten esa cortapisa a la hora de hacer un daño abominable para conseguir sus objetivos o satisfacer sus pulsiones. La mayoría de las personas, sin embargo, sienten el dolor del otro como si en parte fuera el suyo. Alguien bregado con el crimen como el comandante de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, Juan José Reina, por ejemplo, no pudo contener las lágrimas en la rueda de prensa que certificaba la autoría de la pareja sentimental del padre del niño Gabriel (un pobre padre a quien esta mujer ha matado un poco también). Por tanto, el debate sobre la prisión permanente revisable -que no es ni de lejos el debate más importante que debemos tener en este momento- no es un debate oportunista -aunque ahora lo sea- ni poco democrático, incluso pese a que lo hayan reactivado personas a las que les han arrebatado lo que más querían.

Arenal

Es verdad que ninguna pena -y menos la pena de muerte que tanto envilece a la sociedad que la aprueba- evita que se produzcan actos monstruosos contra inocentes. Pero también lo es que revisar médica y técnicamente las personalidades de quienes han cometido atrocidades, antes de concederles la libertad, entra dentro de lo razonable y no contradice el sentido de reinserción y recuperación del individuo, sentido que en toda sociedad moralmente sana debe tener la condena del delito. Bien lo resume aquella frase de Concepción Arenal: «Odia el delito y compadece al delincuente», que aprende pronto todo estudiante de Derecho. Y eso debe ser así, en parte, porque es la misma sociedad la que con su fracaso aboca a delinquir a algunos de sus ciudadanos más desfavorecidos, desatendidos, olvidados o injustamente tratados.Patricia

Respecto a lo de Zoido, y sin entrar a valorar su gestión en Interior respecto a otros asuntos, impacta doblemente la demagogia y la rabia vertida en el Congreso conociendo el episodio tristísimo con el que este hombre convive a diario. Es sabido que en 2003 perdió a su hijo menor, José María, con 17 años, de la noche a la mañana, en un accidente de tráfico. Es fácil empatizar con la imagen de Patricia, la madre de Gabriel, regalándole la bufanda azul de su niño que ella llevó abrazada a su cuello hasta que apareció el cadáver. Como resulta fácil comprender que Zoido, quien lloró con un regalo que servía para dos pérdidas insuperables, la llevara puesta en el sepelio. Ya basta, hombre. Ya basta. Al menos sabemos que Gabriel está «jugando con los peces» y que nos queda Patricia, su madre, ese ser de luz?... Porque hoy es sábado.