El verdadero capo Laureano Oubiña dice que iniciará acciones legales contra la productora Bambú y Antena 3 por la escena en la que el actor Carlos Blanco, el Oubiña de ficción en Fariña, la serie que se mantiene enhiesta como el capirote de un chaval por la mañana, mantenía relaciones sexuales con su mujer. El narcotraficante no se ha molestado por el retrato que se hace de él como delincuente y contrabandista. Es curioso que se haya molestado por una escena de cama con Esther Lago, su última mujer, que murió en accidente de tráfico en 2001. Esa escena, que seguro que en la vida real podría haber sucedido, no deja de ser un invento del guionista de Fariña, así que la posible denuncia me deja perplejo. ¿Denunciará Oubiña por no sentirse identificado en bolas con su alias de mentira, porque él jamás lo hacía así, tan salvaje, por no haberse visto en su esplendor la grandeza de su miembro, como dando a entender que más que badajo de acero se trata de pingajo de mandril? Pues no. Nada de eso. Dice que si no quitan a su personaje de la trama -eso va a ser imposible, amigo, ya se lo digo yo- demandará a unos y a otros por, atención, dar pábulo a una escena un tanto grosera que podría causar impacto a sus 14 nietos -el ñaca ñaca de Oubiña en la serie es interrumpido por la policía cuando irrumpe en su casa dentro de la llamada Operación Nécora-. Rebobinemos. El quisquilloso abuelo no se preocupa porque sus nietos sepan que su yayo montó un gran imperio sobre el tráfico ilegal de cosillas de la risa sino porque lo hayan visto en faena con el culo al aire. ¿Qué tendría que hacer un muñequito hormonado de nombre Luis Mateucci, profesional de concursos pedorros, al enterarse de que su expareja, una tipa de nombre Oriana Marzolli, muñeca inflable que va y viene por los encenagados platós de Telecinco explotando auténticas bombas fétidas? Ahora se lo explico.El felpudo de Lola

Resulta que la señorita acudió al quemadero de Jorge Javier Vázquez, versión mojón de luxe, y contó que lo que iba a decir era muy fuerte, «pero que se joda». Silencio en el plató nivel monacal. «No podía chupársela porque no me podía acercar, el pene le olía muy feo». Supongo que sí, que hay olores que trepan. Y en cuestiones de catre, más. La bomba, como ven, fétida, fue más lejos porque lo del rabo pestoso quizá no sea por cosa de higiene sino por algo aún peor, «por promiscuidad, porque hay cosas que se pegan y dan malos olores, como algún honguito». Basta, por dios, ya vale, Oriana, calla y tíñete el cerebro. Lo que me lleva a Lola Flores. ¿A la Faraona? A la Faraona. Si me queréis, irse. ¿Recuerdan? Pues casi lo mismo le dijo doña Lola a Quique San Francisco, por entonces pareja de su Rosarillo, la jurada que entra en éxtasis con la boca torcida en cuanto los chiquillos de La voz kids inician su torturante camino en el mundo adulto de una competición salvaje que no les debería de corresponder, atados a la cruz de ese impropio tormento con forma de micrófono. Salte del cuarto, Quique, le dijo Lola Flores, que me voy a teñir el chocho. No me digan que esta mujer no fue grande. Que me voy a teñir el chocho. Y sí, lo hacía con un mejunje que se llamaba o se llama Negro de Nápoles. Se lo contaba entre risas hace unos programas Quique San Francisco a la sin paragón Toñi Moreno, encantada de las juergas televisivas que se monta en su Viva la vida. Por cierto, querida, ¿podrías invitar una tarde tonta, de esas que no hay apenas nada que llevarse a la carpeta del chisme y el sensacionalismo al periodista catalán Arcadi Espada, ahora en gira como un niñato de Operación Triunfo para vender su libro Un buen tío -el buen tío es Francisco Camps- por si le huele raro no el pene sino el cerebro? Lo vi, y escuché en La Sexta Noche junto a Iñaki López defendiendo al padre Paco, ese mártir valenciano, y noté un cosquilleo en la bragueta que me dio qué pensar. Quita, quita.

Vibradores enormes

Sea lo que sea, desde Laureano Oubiña a Carlos Sobera, cuando se habla de sexo y de sus cosas, de las cosas de abajo, del chichi o del pajarito o pajarraco, todo el mundo se queda quieto, atento, y sube el interés como un bizcocho. De hecho, en el titular eché mano del viejo truco de meter la palabra sexo para llamar, más, su atención, y ahí lo veo, llegando al final. Hablo de Sobera porque a su restaurante del amor se llegó el joven Aram tratando de salir de allí emparejado gracias a First dates. Y qué tal, ¿a qué te dedicas?, preguntó el celestino para relajar al comensal. Soy director comercial de una empresa de vibradores, respondió el chico. La cara de Sobera fue la imaginada, y enseguida pasó al tamaño de los instrumentos. Hay vibradores pequeñitos y vibradores del tamaño de un gnomo de jardín, respondió sin vacilar Aram. ¿Del tamaño de un gnomo de jardín?, jo, pero eso es una barbaridad, concluyó Sobera con la ceja más levantada que el pito de un macaco de los documentales de La 2. Y como del sexo al porno sólo hay un escalón que se llama María Lapiedra, estrella del mete saca sin florituras, en amores ahora con el periodista Gustavo González, pues eso, que es otra que de Supervivientes, ejemplo de obscenidad y mal gusto, y como allí andan escasos de alimentos, la señora dijo la otra noche en Telecinco, la única cadena donde vive este tipo de productos, que ella, por comida, sería capaz de tener sexo con cualquiera. El plató enmudeció. Gustavo, más. Al ver las caras de asombro matizó, «bueno, si estuviera soltera». Y por último, como el que se limpia después del coito. ¿No creen que ya está bien, no creen que las teles han rebasado el límite de lo prudente, no creen que es hora de ir plegando velas y dejar el caso del niño Gabriel Cruz descansar un poquito? Hace tiempo que el periodismo, tal como debiera entenderse, huyó de los platós con este asunto para dar paso a escenas de desmesurada pornografía televisiva. Y no, este tipo de sexo no me va. Así que basta. Ya está bien.

La guinda

Jordi y Marta

El miércoles nos enteramos en El hormiguero de que Jordi Évole metió la pata con Marta Sánchez al decir que la cantante sería muy patriota en la letra del himno español, pero «tributaba en Miami». Ese mensaje caló, y de alguna forma hasta el que firma esta pieza le dio pábulo. No es así, dijo la artista ante Pablo Motos. Évole se ha disculpado. Quede aquí constancia, también, de mi disculpa. Eso sí, la letra no tiene arreglo.