Miren la imagen. ¿Reconocen el lugar? Si, se trata de la bahía de Málaga, y la fotografía está tomada desde los Baños del Carmen. Esta magnífica panorámica apareció como fondo de pantalla en los ordenadores que tuvieran instalado el sistema operativo Windows 10, y estuvo ahí, a la vista de todos sus usuarios, varios días durante el pasado mes de junio. Forma parte de la aplicación Spotlight, de Microsoft, que instala automáticamente como fondo de pantalla imágenes espectaculares de todo el mundo, la mayoría paisajes. Muy pocas veces han aparecido paisajes españoles, y la bahía de Málaga fue una de esas veces; recientemente, otro fantástico paisaje malagueño, Ronda con su tajo, apareció en este exclusivo catálogo de imágenes. La imagen de la bahía de Málaga iba acompañada de algunas frases: «¿Dónde puedes ver esta increíble puesta de sol?» o «Si visitas este lugar, no podrás olvidarlo nunca». Ciertamente, resulta difícil pensar en una campaña publicitaria más potente, efectiva y barata para una ciudad. Un regalo para el sector turístico de Málaga.

Hace unos días, fuimos amablemente invitados por el Foro de Turismo de la ciudad de Málaga para explicar los motivos de oposición al rascacielos que se pretende erigir en plena bahía de Málaga. En nuestra presentación, expusimos esta imagen y lanzamos una pregunta: ¿qué ciudad, qué administración turística, permitiría destrozar el magnífico recurso turístico que revela esta fotografía? Málaga cuenta entre sus atributos con un fenomenal elemento de atracción de visitantes: las vistas sobre la bahía. Lo saben los comerciantes y hosteleros que reciben turistas en sus terrazas y locales con vistas al mar, y lo saben también muy bien quienes enseñan la ciudad a amigos, familiares y colegas profesionales foráneos. La imagen de Spotlight viene a confirmar esta argumentación de forma nítida y rotunda. Es de pura lógica deducir que estropear esta panorámica con un rascacielos de 150 metros de altura (que es la altura que se está tramitando, no 135 metros), sería negativo para la ciudad desde el punto de vista turístico y económico. Y también es de pura lógica pensar que los responsables del turismo local no sólo tendrían que conservar esta postal, sino que deberían apostar por mejorarla y por utilizarla como reclamo turístico. Sería de cajón que lo hicieran.

En esta línea, la ciudad de Málaga se había marcado como objetivo promover su candidatura a la lista de lugares de Patrimonio Mundial de Unesco, algo que sin duda repercutiría muy positivamente en el potencial turístico de la ciudad, tanto cuantitativa como, sobre todo, cualitativamente. Para ello tendría que contar con la aprobación, vinculante, de Icomos, organización asesora de Unesco. Precisamente Icomos ha presentado recientemente un informe sobre el rascacielos del puerto en el que recomienda renunciar a su construcción por los daños que provocaría en el patrimonio paisajístico de la ciudad. Un mínimo análisis lógico y desapasionado permitiría vislumbrar las evidentes consecuencias negativas que desoír esta recomendación, permitiendo la construcción del rascacielos en ese lugar, provocaría en la posible candidatura de la ciudad, y cómo perjudicaría, por tanto, a los previsibles beneficios económicos que reportaría su posible inclusión en tan prestigiosa lista.

Después de vivir unas décadas urbanísticamente horribilis, Málaga ha conseguido desprenderse del estigma de ciudad desarrollista. De forma lenta y laboriosa, ha revertido el proceso y se ha labrado una imagen de marca muy definida, como ciudad habitable, de escala humana, ligada al patrimonio y a la cultura, lo que ha permitido el desarrollo turístico de los últimos años y la admiración de sus visitantes ante el cambio experimentado. Prácticamente todas las administraciones y sectores vinculados al turismo han tenido participación en la creación de este modelo de ciudad turística. Sin embargo, la construcción del rascacielos (y el precedente que supondría) caminaría en sentido absolutamente opuesto, vinculando de nuevo, irremediablemente, la ciudad al desarrollismo cortoplacista más obsoleto, y esto afectaría, sin ningún género de dudas, a su potencial turístico, y por tanto a su economía. No sería, como se esgrime, algo moderno, sino todo lo contrario: esto lo hemos vivido ya, en la ciudad y en la costa. Recordemos que la ahora tan denostada Malagueta fue vendida, en su momento, como un hito de modernidad (¿qué más modernidad, en aquella época, que construir un pequeño Manhattan?).

Lo realmente moderno, al menos en Europa, es entender que el paisaje, lejos de ser un obstáculo, es un gran aliado del turismo, un recurso turístico de primer orden. Así lo recoge el Convenio Europeo del Paisaje, firmado en Florencia en el año 2000. No fue una casualidad el lugar escogido para la rúbrica: la región de Toscana fue una de las impulsoras del Convenio, y la Toscana, con magníficos paisajes rurales y urbanos, recibe 13 millones de turistas anuales, 5 millones de ellos en el área de Florencia. Algo parece que saben de turismo y de paisaje.

El daño que el rascacielos ocasionaría en el sector turístico ha sido resaltado por expertos y profesionales del turismo tan cualificados como Rafael de la Fuente, autoridad incuestionable por su brillante y dilatada trayectoria profesional, que ha puesto el acento en los constatados beneficios económicos que aporta un modelo turístico respetuoso con el paisaje, o el profesor Rafael Esteve Secall, autor de referencia en investigaciones sobre turismo, quien ha incidido en el daño que este proyecto causaría al turismo de cruceros en Málaga, algo que también temen los trabajadores portuarios.

Estos argumentos deberían conducir, al menos, a un proceso de reflexión sobre la utilidad del rascacielos para la ciudad, para el interés general del conjunto de sus ciudadanos, y en concreto sobre su principal actividad económica, el turismo. Porque la sociedad actual es consciente del valor turístico del patrimonio paisajístico. Pongamos como ejemplo edificios que distorsionan o tapan las vistas sobre la Catedral y el Monte Gibralfaro: ¿quién firmaría hoy el edificio del Málaga Palacio y quitar la panorámica a un patrimonio tan espectacular como la Catedral? ¿Quién daría permiso a la construcción, en la zona de la Coracha, del edificio de Campos Elíseos?

No están en discusión (huelga decirlo) los hoteles, ni tampoco, por supuesto, el turismo. Todo lo contrario: sostenemos que este proyecto sería perjudicial para un modelo turístico sostenible (es decir, no depredador de los recursos), como al que se dirigía Málaga, entendiendo la sostenibilidad en sus tres pilares: económico, ambiental y social. Ni siquiera se discuten los rascacielos. Lo que está sobre la mesa es el disparate de colocar una mole que prácticamente triplicaría la altura del edificio residencial más alto de la ciudad en el lugar más frágil y sensible de la misma, en medio de todo, destrozando la imagen de la ciudad. Y encima cargándose un recurso turístico de primera categoría, o lo que es lo mismo, dañando nuestra gallina de los huevos de oro. ¿Quién se beneficia, realmente, de esto?

*Matías Mérida Rodríguez es profesor de Análisis, Evaluación y Gestión del Paisaje. Universidad de Málaga y Enrique Navarro Jurado es profesor de Planificación Territorial y Turismo Sostenible. Facultad de Turismo de la UMA