Llega uno de esos momentos en los que hay que mojarse, tomar partido, emboscarse en una de las dos trincheras. Yo como hombre comprometido con su tiempo, lo hago. Mi tiempo, bueno el de todo el mundo, el tiempo de ahora, es la Cuaresma. O sea, que hay que elegir entre torrijas con miel o sin miel. Sin miel, por favor.

Claro que la cosa se complica y ahora te las ofrecen con chocolate o hechas con vino. Torrivino, podrían llamarse. Ya mismo las habrá con denominación de origen. O sea, torrijas Rioja o Torrijas Ribera del Duero, Torrijas Albariño; sin olvidar las Cariñena, que podrían ser recias y algo ásperas pero finalmente agradables al gaznate.

Hay quien lleva todo el día en lo alto una torrija sin haber tomado ninguna. Eso en Cuaresma, el resto del año, que sí se permite la carne, están empanados. Las torrijas ejercen en algunos, como en mí, aquel efecto de la magdalena en Proust: evocan. Otros tiempos, la niñez, esas mañanas de olor inconfundible en la cocina, mamá metida en faena, nosotros impacientes por hincar el diente a las torrijas. Una vecina que llama a la puerta. Alguien que dice: y mañana estarán todavía más buenas. En efecto.

A veces desayuno un café corto y escueto sin más alimento sólido que el recuerdo. Me nutre y no me engorda. Me sale más barato. Eso sí, engrosa la memoria con algo que no volverá. A media mañana me vuelve a entrar hambre, y como no quiero abusar de la nostalgia, que podría elevarme el colesterol de la tristeza, me hinco un pitufo a la catalana, que no me trae recuerdos ni melancolía. Lo que sí me trae es jamón y tomate y aceite. No sé como a nadie se le ha ocurrido hacer torrijas de jamón o echarle por encima una loncha a una torrija. Sin miel. Si la pones de pie es como una torrija con capa. Si quieres sacar miel, sácala por San Miguel. Yo no soy de los que dicen «miel sobre hojuelas». Las hojuelas, dulce típico de La Mancha, ya están suficientemente buenas (fruta de sartén la llaman) como para echarles miel, a la que sin embargo sí le reconozco un vivificante poder que alivia la garganta si se toma en caramelos o si se utiliza, mezclada con limón, para hacer gárgaras conducentes a acabar con la afonía. Aunque afónico, o sea, sin voz y con nudo en la garganta, sin ganas de decir nada, te dejan algunos recuerdos. Al menos son dulces.