La revista de la Federación de Enseñanza del sindicato CCOO publicó el pasado 15 de febrero un artículo de Yera Moreno (´artista, investigadora y educadora´, según reza su presentación) y Melani Penna (´profesora de la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid´, ídem) bajo el título Breve decálogo de ideas para una escuela feminista. Comisiones Obreras se apresuró a señalar que no es la opinión del sindicato la que en tal decálogo se expresa, sino una propuesta de dos colaboradoras, al ver lo pronto que comenzaban a ventearse los muy cansinos adjetivos que se han enseñoreado de las discusiones actuales sobre temas semejantes: feminazis, machistas, falócratas, pseudofeministas, etc. Tan caliente se puso la cosa que no faltaron quienes despacharon sin más a las autoras por llamar ´decálogo´ al conjunto de 19 puntos de que consta la propuesta, olvidando que la RAE admite bajo tal nombre a cualquier «conjunto de normas o consejos que, aunque no sean diez, son básicos para el desarrollo de cualquier actividad». Leído por mi parte el artículo de marras -y dejando aparte la frecuencia con que destroza la gramática española- , no pude por menos que detenerme en su punto 7, que dice así: «Eliminar libros escritos por autores machistas y misóginos entre las posibles lecturas obligatorias para el alumnado. Ejemplos de libros y/o autores machistas a eliminar de los temarios: Pablo Neruda (Veinte poemas de amor y una canción desesperada), Arturo Pérez-Reverte y Javier Marías (cualquiera de sus libros)». ´Eliminar´ es una palabra que siempre ha sido queridísima por el pensamiento totalitario, y perdón por el oxímoron. Hay que eliminar este libro. Hay que eliminar todo lo escrito por estos dos. Hay que eliminar de los temarios a machistas y misóginos. Ya determinaremos -siempre prestos los totalitarios a dar carnés de afectos al régimen y a eliminar desafectos- quiénes son machistas y misóginos. Yo comencé a leer bajo el manto de un pensamiento totalitario que eliminaba de los temarios a los rojos, entendiendo como tales a quienes no comulgaban o se mostraban siquiera tibios con los vencedores de la Guerra de España, ya fueran homosexuales o anarquistas. «Las novelas, no velas», enseñaba mi cura de literatura, eliminando así toda la narrativa... y fomentando mi afición adolescente a la misma: prohíbe algo a un muchacho y crearás un fiel seguidor de lo vetado. «Al que ponga Pío Baroja en vez de Impío Baroja en un examen, lo suspendo», amenazaba otro... estimulando así mi clandestina búsqueda de las obras del viejo vasco. Por culpa de la Brigada Político Social -que se incautó del Libro rojo de Mao en un registro en mi casa-, estuve a punto de abrazar los postulados de la Revolución Cultural china (Dios me haya perdonado). Y no hubiera visto tanto Picasso y Braque si la policía del pensamiento no hubiese eliminado de la biblioteca de un amigo el tomo Cubismo: «Ya te voy a dar yo a ti Cuba en comisaría...», le anunció el policía correspondiente. Eliminar de un temario a quien se estima políticamente incorrecto es tarea tan vana como pretender que la literatura haya de mostrar solamente cómo deben ser las personas y las cosas - igualitarias, justas, solidarias, arcádicas, feministas- y no cómo son -injustas, crueles, machistas, salvajes€ aunque también valientes y corajudas-. Si la literatura cumple ese su cometido, a cualquier cabeza con las neuronas bien puestas seguro que le da igual que un libro lo firme una mujer pacense, un hombre de Logroño o el lucero del alba. Y la literatura petarda es petarda fírmela doña Carolina Coronado o don Gaspar Núñez de Arce. A mi juicio, pues, yerra tanto el tiro el dichoso decálogo que acaba por dar argumentos precisamente a quien trata de combatir. Me lo decía Vázquez Montalbán tras cierta disparatada campaña en los medios contra el comunismo: «Yo la agradezco, pues más parece una maniobra de la izquierda para desprestigiar a la derecha». Qué desafortunado disparate.