Hay personas que cambian de piel como las serpientes. La mudan por otra más resbaladiza. Algunos políticos piensan que la prisión permanente revisable es inaceptable para la reinserción de los presos, sin embargo hace tan sólo unos meses defendían la cadena perpetua para los principales responsables de la represión durante la dictadura en Argentina, y así mismo para condenar aquellos crímenes del franquismo que aún siguen impunes. Atrás se quedan los tuits resecos mientras se defiende con renovado y resbaladizo empeño la derogación de la ley que permite aplicar a los asesinos de niños la prisión permanente revisable que, por cierto, dista bastante de ser tan perpetua como la que reclamaban.

Eres esclavo de tus palabras hasta que reconoces lo contrario. En ese reconocimiento reside un cambio de actitud que promueve el progreso. Una opinión no se avergüenza de cambiar de bando cuando se razona, pero si no se rectifica se convierte en manipulación. La enseñanza es un medio para educar el criterio, modificarlo si es necesario al adquirir conocimiento y experiencia, y aplicarlo racionalmente mientras se discuten opiniones que pueden mancillar la injustica o humillar a las víctimas.

Forma parte de la naturaleza del político cambiar la piel de su discurso cuando el terreno es propicio. El único remedio para reconocerlo es la información contrastada, la cultura histórica y la discusión sin sesgo de ideología.

La libertad de expresión es otro hábitat favorable para las serpientes. El Tribunal de Estrasburgo considera que quemar fotos del Rey no vulnera la libertad de expresión, mientras en un periódico de Murcia expulsan a un directivo por hacer comentarios groseros en un artículo acerca de algunas profesionales (disculpen si no utilizo el vocablo profesionalas) que compartían cadena televisiva. Los mismos que se felicitaban por el veredicto de Europa acerca de los pirómanos monárquicos, se rasgan las vestiduras por leer en un diario público las palabras caderas poderosas, zagalas o lametón.

El machismo y la cobardía no se curan recortando libertades, sino imponiendo una escuela plural, dotada de los medios suficientes para llegar con garantías a todos los estratos de la población, fomentando la lectura, cultivando en los jóvenes la construcción del propio criterio, propiciando el debate constructivo. Con esa receta, cualquiera hubiese rechazado la pobre literatura de aquel directivo, o el radicalismo implícito en una forma de expresión.

Paseo por el Museo de la Aduana al encuentro de un cuadro de José Jiménez Aranda que siempre me ha seducido: La esclava en venta. Sentada sobre una alfombra, una mujer espera la ignominia de ser vendida. Inclina su cabeza por resignación o por el peso de un infame cartel en el que se detalla su procedencia y precio. Con su mano derecha implora una compasión que no llegará. Está desnuda, pero no parece ser eso el motivo de su vergüenza. Me asalta una metáfora al contemplar el cuadro: La cultura está en venta desde hace tiempo, y desnuda se malvende en los suburbios de la codicia. Privados de ella, cabizbajos sobre una alfombra parecida, los ciudadanos volvemos a ser esclavos de la manipulación y el mal gobierno.