El Gobierno griego ha suspendido indefinidamente la Liga de fútbol después de que en el partido entre el PAOK de Salónica y el AEK de Atenas el presidente del PAOK invadiera, junto con otros energúmenos (parece que eran los guardaespaldas del dirigente), el terreno de juego. Savvidis, el presidente, se presentó con una pistola y no lo hizo por accidente, sino con intención de amenazar al árbitro, que se había atrevido a anular por fuera de juego un gol que habría dado al PAOK el liderato de la competición.

Un fuera de juego y una pistola. Un presidente con guardaespaldas y un partido de fútbol. El gobierno suspendiendo un campeonato de fútbol cuando Grecia intenta no ahogarse en el venenoso mar de la crisis (es decir, estafa). ¿Estamos chiflados? Tanto el PAOK (Club Atlético Pantesalónico de los Constantinopolitanos) como el AEK (Unión de Atletas de Constantinopla) llevan el nombre de Constantinopla, la actual Estambul, y sólo eso tendría que enseñarnos un par de cosas.

El fútbol no es un deporte inocente, y la expresión «fútbol es fútbol» tiene mucho sentido entre los futboleros, pero hace mucho tiempo que el fútbol ha dejado de ser patrimonio de los futboleros. No, el fútbol no es sólo fútbol. Es historia (como se puede comprobar en los nombres del PAOK y del AEK), política (como se demuestra cada jornada en las gradas de cualquier estadio), economía, sociología, religión y muchas otras ciencias blandas y blandísimas.

El historiador del Arte Kenneth Clark está convencido de que se puede saber más acerca de una civilización a partir de la arquitectura que de cualquier otra cosa que esa civilización hubiera dejado tras de sí porque la pintura o la literatura dependen, en gran medida, de individuos imprevisibles, pero la arquitectura es un arte colectivo. Del mismo modo, algunos estamos convencidos de que podemos saber más acerca de un país a partir del fútbol que de cualquier otra cosa que creamos que le define porque el fútbol es una pasión auténticamente colectiva.

Que un presidente de un equipo de fútbol invada con sus guardaespaldas un terreno de juego llevando una pistola no es una triste anécdota, sino algo mucho más importante que un síntoma. Algo ha pasado en Grecia en estos terribles años de crisis-estafa que ha permitido que un deporte tan arquitectónico como el fútbol termine en un espectáculo entre matones. El gran escritor griego Petros Márkaris (nacido en€ sí, lo han adivinado: ¡Estambul!) acaba de publicar «Próxima estación, Atenas», un maravilloso viaje por Atenas siguiendo la línea de metro más antigua de la capital griega, que ahora va del Pireo a Kifisiá.

El libro de Márkaris es hermoso, intenso, sutil, sabio y elegante, pero es la obra de un escritor imprevisible que nos muestra las tripas de Atenas mientras nos descubre rincones atenienses escondidos a poca distancia de una parada de metro. Me temo que el verdadero alcance del desastre económico y moral provocado en Grecia por eso que los políticos llaman «crisis» se muestra no tanto en la literatura de todo un Márkaris (el creador del comisario Kostas Jaritos, un personaje que evoluciona del Mirafiori al Seat y, finalmente, al autobús) como en el desplome del fútbol griego.

La Atenas del comisario Jaritos nos dice mucho de Grecia, es cierto, pero la pistola del presidente del PAOK de Salónica nos dice mucho más. El desengañado Jaritos se queda pequeño ante el engaño del fútbol. Próxima estación: Constantinopla.