La cicatriz histórica de Málaga sigue sangrando. Una empresa trabaja ya en un nuevo plan para el río Guadalmedina, esa rivera mítica que antes separaba a ricos y a pobres y que fue causa y testigo de históricas avenidas que acabaron con cientos de vida a lo largo de los siglos y con la que, aún hoy, no sabemos qué hacer. Hubo concursos y planes. Una de las ideas originales, por cierto, la aportó José Seguí, ese arquitecto tan atacado hoy día por su Torre del Puerto, que, entre otras cosas, tenía las zonas verdes como punta de lanza. Luego, se han apuntado otras como embovedarlo, algo que no le gusta para nada a la Junta de Andalucía, la autoridad en materia de agua nos guste o no. A la oposición de izquierdas tampoco le gusta ese plan, porque consiste, precisamente, en llenar de cemento el cauce del río, cerrándolo a la vista de los malagueños. Además, aducen, podría causar problemas de seguridad si, cuando Santa Bárbara truene, comienza a caer la mundial. Las últimas premisas son hacer grandes puentes plaza, bulevares urbanos en los que los ciudadanos puedan pasear y vivir, lo que no es más, según algún técnico autonómico, que un embovedamiento encubierto; otra de las ideas básicas que llevaría aparejada el plan especial del Guadalmedina es el soterramiento de las avenidas de la Rosaleda y Fátima, quedando en la parte superior un pequeño carril para vehículos de emergencia y para que los residentes puedan llegar hasta sus hogares. Incluso, antes que esta iniciativa, se barajó la posibilidad de desviarlo, como ocurrió en Valencia con el Turia con un espléndido resultado, o se ha hecho también con buena fortuna en algunas ciudades de nuestra querida y denostada Europa. Hay quien dice que el río Guadalmedina, y son expertos los que sustentan esta tesis, no se puede desviar. A ver con qué nos sale esta empresa que se adjudicó la redacción del nuevo plan, pero parece difícil que, después de años peleando y discutiendo en torno a esta cuestión, la solución satisfaga a todo el mundo. Aquí, como en tantas otras cosas que son esenciales para Málaga y sus ciudadanos, debería buscarse el consenso político porque si no, el Guadalmedina seguirá siendo un debate irresoluble y eterno, y ya sabemos lo que ocurre en esta ciudad con ese tipo de polémicas: piensen en el metro, empantanado en la Alameda sin que nadie dé un paso al frente, o en el tercer hospital o macrohospital o como se vaya a llamar, y en tantos otros asuntos que aún hoy siguen dando que hablar. Ahora, la aritmética del salón de Plenos exige mano izquierda, elegancia y llegar a grandes pactos por Málaga, incluyendo a todos y escuchando a todos. Aunque, no sé por qué, me temo que vamos a volver a estancarnos y, si se sortean los trámites municipales, luego estará ahí la Junta para dar su opinión sobre el río, que es maximalista, es decir, que casi prefiere no tocarlo. ¿Y el dinero? De eso ya ni hablamos, oiga.