Hay una proliferación de títulos de máster hoy en día -un auténtico negocio para algunos- mientras se degradan las enseñanzas y cunde el desprestigio de muchos centros.

Por supuesto ya no vale con una simple licenciatura, sino que hay que agregarle un par de másters, lo que no garantiza en cualquier caso que el titulado vaya a pasar de mileurista, si es que llega.

Ignoro lo que el máster en Derecho Público del Estado autonómico que hizo la presidenta de la Comunidad madrileña en la Universidad que lleva el nombre del anterior monarca podía aportarle.

Lo que sí sé es que, con independencia de cómo acabe todo el embrollo en el que está metida la dirigente del PP, el descrédito no sólo para ella sino para la institución es enorme.

Lo que ha contado el diario.es sobre tan rocambolesco caso no tiene desperdicio: resulta grotesco que saliera en tromba la dirección de ese centro para avalar en un principio la versión que la propia interesada dio de lo ocurrido.

Como lo es que el trabajo académico no aparezca y que además el centro diga que es información reservada cuando todo lo relacionado con la vida universitaria debería ser totalmente transparente.

Hay que preguntarse una vez más cómo se conceden algunos títulos en este país, las irregularidades que a veces se comenten y la influencia que en su concesión pueden tener las amistades o los oportunos contactos.

Pero si todo ello es grave y perjudica la reputación de nuestras universidades, lo es también la reacción un tanto chulesca de la protagonista y los despropósitos de alguna correligionaria salida como mujer en su defensa.

Calificar de «mezquinas, machistas y miserables» las acusaciones de que Cristina Cifuentes pudo no haber dicho la verdad sobre su máster descalifica a la ministra que utilizó esas palabras.

¿Terminará dimitiendo la presidenta de la Comunidad si finalmente se demuestra que se le concedieron unas notas no merecidas en un examen al que supuestamente no se presentó?

Por desgracia, salvo honrosísimas excepciones, eso de dimitir es un verbo que los políticos de este país no conjugan en primera persona y sí sólo en segunda de imperativo, es decir cuando se trata de alguien del partido contrario.

No estaría de más recordar lo que ha sucedido en casos como ése en el país que tantas veces presentan como modelo nuestros políticos para lo que les conviene: por ejemplo, para dar lecciones de austeridad.

Muchos lectores recordarán, por ejemplo, el caso del exministro alemán de Defensa Karl-Theodor zu Guttenberg, de la Unión Cristianosocial de Baviera, que dimitió después de que se descubriera que había recurrido al plagio para su tesis doctoral.

O el de la ministra federal de Educación e Investigación, la cristianodemócrata Annette Schavan, despojada también de su título después de que se acreditase que en la suya había copiado párrafos enteros y que renunció al cargo para «evitarle (a éste) daños».

Hay más casos como el de la diputada socialdemócrata Petra Hintz, que tuvo que dejar el Parlamento por haberse inventado todos sus estudios, o la liberal Silvana Koch-Mehrin, que hubo de dejar la vicepresidencia del Parlamento europeo tras verse acusada de ´cortar y pegar´ al escribir su tesis.