El inicio de la Semana Santa fue catastrófico para la causa del independentismo catalán. El Viernes de Dolores se produjo el ingreso en prisión preventiva del señor Turull, frustrado candidato a la presidencia de la Generalitat, y de otros significados personajes del ´procés´. Y el Domingo de Ramos se supo de la detención en territorio alemán del fugado Puigdemont en una operación conjunta de varios servicios de inteligencia europeos.

Respecto del primer episodio, en algunos medios jurídicos la medida se considera desproporcionada porque no se ve la forma en que, hasta la fecha, la conducta de los independentistas, sin obviar su gravedad, pueda encajar en los supuestos del delito de rebelión que exige la concurrencia de acciones violentas. Y respecto del segundo se alaba la coordinación policial con Alemania, que facilitará (eso se espera) la entrega del fugitivo ya que la regulación penal del delito que se le imputa desde España es muy parecida en ambos códigos, aunque en uno se le llame «rebelión» y en el otro «alta traición».

Las televisiones difundieron repetidamente imágenes de la entrada en prisión del señor Turull y de sus compañeros de infortunio, de su emocionada despedida de sus familiares y amigos, y de su traslado en furgones de la Guardia Civil hacia los distintos centros penitenciarios. Ver llorar a presuntos delincuentes en su círculo más intimo, y brindarnos testimonio gráfico de unos vehículos entrando en el recinto de la cárcel, es un espectáculo que, salvo una inexplicable motivación morbosa, no tiene interés informativo. La presunción de inocencia incluye, entre otras cosas, el respeto hacia los sentimientos de los implicados.

Al margen de todo ello, comprendo el dolor y el desconcierto de los dirigentes independentistas castigados con la prisión provisional. Todos ellos son gente acomodada, más bien de la derecha conservadora, llevaban una brillante carrera, vivían confortablemente y estaban acostumbrados al juego de la política, que a veces transmite a quienes se dedican a ella una ilusoria sensación de impunidad. Y seguramente ninguno de ellos, ni en sus peores pesadillas, podría haber imaginado un trance tan amargo como este. La cárcel es dura y lo que queda hasta que concluya el juicio será un camino no fácil de transitar.

En cuanto al señor Puigdemont, entre la tropa periodística que aguarda novedades está una antigua compañera de oficio, Aurora Mínguez. Hace años, allá por 1979, encabecé una candidatura testimonial al Congreso de los Diputados por Unión por la Libertad de Expresión en la que ella también figuraba. Y me alegra saber que sigue en la pelea. Ahora solo nos queda observar qué efecto tendrá la captura del señor Puigdemont en el movimiento separatista y en el liderazgo que, de momento, ostentaba.

Según nos cuenta San Mateo, cuando Jesucristo advirtió a sus discípulos sobre la inminencia de su detención les dijo: «Está escrito. Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas de la manada».