Cuánto más se polariza todo en Cataluña más ganas tengo de salir a la calle y ponerme a dar abrazos. En un momento pasamos de la revolución de las sonrisas a la santa voluntad de los CDR que cortan carreteras a su antojo con el daño colateral que eso conlleva.

Si el nivel de tolerancia del primer mundo había escenificado el abrazo incluso a aquellos que tienen culturas y religiones diametralmente opuestas a la nuestra, ¿cómo no vamos a poder abrazarnos entre nosotros; unionistas e independentistas?

Compartimos religión y cultura, y también valores. Nuestros hijos se sientan en las misma aulas. Compartimos mercados hospitales, carreteras… Querer permanecer en España o querer alejarse de ella es legítimo. Todos podemos tener nuestras ideas. Pero lo que no podemos, ni debemos, es saltarnos la ley porque las leyes son las reglas del juego. Podemos cuestionarlas pero no incumplirlas. También podemos variarlas, si alcanzamos el consenso necesario. La única diferencia es que unos queremos permanecer en España y tenemos una visión del país crítica pero no necesariamente negativa, y los otros prefieren separarse y para justificar este deseo y conseguir un apoyo internacional han creado un relato apocalíptico que han terminado creyéndose. No hay más que ver el vídeo de «Freedom for Catalonia» tras el referéndum ilegal del 1 de Octubre. Todo mi vida en Barcelona y jamás vi un solo atisbo de opresión en las calles hasta que el «procés» empezó a destruir la convivencia.

La independencia de Cataluña es una utopía. Quienes dijeron lo contrario, mentían. No lograron el apoyo ni de España ni de Europa. Y ahora toca aceptar que uno no siempre puede salirse con la suya, o caer en una auténtica guerra de guerrillas que sólo llevará al caos más absoluto.

No podemos vivir bailando al son de los radicales. La gran mayoría de ciudadanos tenemos proyectos e hijos a los que queremos llevar tranquilamente al colegio. Los radicales son aquellos que han renunciado a su vida por una causa y ya no tienen nada que perder. Pero el resto de personas sí tenemos mucho que perder y preferimos convivir en paz a pesar de nuestras diferencias.

Cerrar carreteras hace daño a quienes menos lo merecen. Muchos enfermos se vieron injustamente atrapados el otro día por los piquetes. Unas chicas que iban a despedirse de su abuela moribunda en Italia mostraban en un vídeo su desesperación por no llegar a tiempo y poder despedirla.

Los CDR actúan con procedimientos al más puro estilo Estado Islámico. También los fascistas hacen un flaco favor a nuestra democracia quemando ateneos e insultando y agrediendo a los independentistas. ¡Basta ya de despropósitos!

A pesar de estos injustificados ataques violentos sigue siendo mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Y por ello los mensajes y discursos de nuestros dirigentes, ya sean de izquierdas o de derechas, deberían ir encaminados a defender los valores fundamentales y, por una vez, dejar los intereses partidistas de lado. Ahora hay que buscar la conciliación. Como cuando te discutes con un hermano y al final te reconcilias porque no queda otra. Siempre habrá diferentes matices en las miradas de las personas y eso debe ser así. Imaginar un mundo de iguales me horroriza. La diferencia nos hace más ricos y nos enseña a ser tolerantes. La diferencia es positiva, ya lo decía Emile Deleuze.

Nuestra sociedad muestra un gran infantilismo al volverse intolerante e incapaz de asumir la frustración. Dejemos de comportarnos como niños pequeños y llorones.

Ir a la cárcel ya no es lo que era en otras épocas. Las cárceles de hoy están limpias y ofrecen biblioteca y cursos de todo tipo, incluso clases de Yoga. El drama es cuando uno va injustamente, pero si tú has sido avisado reiteradamente y sabes que existe esa posibilidad y aún así asumes el riesgo de tus acciones, tienes que también tener el valor de ir a la cárcel llegado el momento. Dejemos algo de valor y honor a los políticos encarcelados y no sigamos tratándolos como si fueran nuestras mascotas. Y lo mismo en el caso del señor Puigdemont, por muy President de la Generalitat que sea, cosa cuestionable, no está por encima del bien y del mal. Está claro que el golpe de estado ha sido un auténtico fracaso y digerirlo duele, y requiere de tiempo. Ahora bien, hay que evitar la ulsterización del conflicto y trabajar para que ambos bloques no se distancien más. Es importante respetar que los tribunales hagan su trabajo y los políticos dejen de meterse en quien entra y sale de la cárcel. Y que la sociedad civil, en la medida de lo posible, busque el abrazo y no se deje manipular por los radicalismos.