Las novelas de espías que, gracias a autores como Le Carré, figuran entre lo mejor de la literatura del siglo XX, nos habían enseñado ya las precauciones que se tuvieron que tomar durante la época de la Guerra Fría para combatir las escuchas interesadas. Tanto sabíamos de eso que, en el transcurso de un viaje a Moscú en el año 1978, estando alojado en el hotel Metropol, desenrosqué una bombilla de la lámpara del cuarto que no había manera de encender suponiendo que se trataba en realidad de un micrófono. Jamás supe si estaba en lo cierto pero al poco subió un empleado a mi habitación, me soltó una parrafada en ruso con gesto adusto y volvió a enroscar la bombilla. Cuesta trabajo creer que se pudiesen destinar recursos tan ingentes como los necesarios para saber de qué hablan los turistas en sus cuartos pero, cuando le conté el episodio a nuestro embajador en Moscú (Samaranch, por aquel entonces), no se mostró en absoluto sorprendido. Las embajadas contaban en aquellos tiempos con búnkers insonorizados para poder ampararse de las escuchas indeseadas. Pero lo mejor de todo es la noticia que acaba de publicarse de que la misma embajada española en Moscú ha reabierto la habitación, el búnker contra espionajes, que se cerró cuando, tras la caída de la Unión Soviética, parecía que ese mundo de paranoias se había liquidado ya. Es obvio que no. El oficio de espía vuelve a ser rentable; más aún desde que se le ha añadido la especialidad del robo de ideas industriales y comerciales, con lo que cabe pensar que los fabricantes de búnkers se deben estar haciendo de oro. Pero las décadas que han transcurrido desde que se levantó el muro de Berlín hasta este momento han vuelto del revés el campo de juego del espionaje y el contraespionaje a causa de la aparición de internet. Episodios como el de los ataques cibernéticos realizados con toda probabilidad por los espías herederos de los soviéticos, a una altura tan inmensa como para sesgar las elecciones que llevaron a la Casa Blanca a Donald Trump, o de una talla tan diminuta como la necesaria para apoyar la causa del soberanismo catalán, ponen de manifiesto que hoy no son necesarios ya los micrófonos; ni siquiera esos que logran atravesar cristales y paredes. La técnica mejor para colarse en casa ajena es la de entrar en las computadoras del enemigo y, de paso, manipular todo lo que exista en ellas. No sé qué búnker hay capaz de impedir semejantes prácticas. Las novelas de espías que toman en cuenta el espacio virtual aseguran que sólo se está a cubierto de riesgos manteniéndose fuera de internet y de sus medios de acceso. Cosa que equivale a una vuelta a la época anterior a la red de redes. En términos de nuestras necesidades actuales, eso viene a suponer la Edad Media, abundando en la sospecha de que estamos regresando en casi todos los órdenes a la vida propia del gran oscurantismo. Con la creencia en la voluntad divina como mejor salvaguarda.